domingo, 17 de noviembre de 2013

SOBRE LOS JUEGOS DEL HAMBRE (NOVELAS)

SOBRE LOS JUEGOS DEL HAMBRE
Publicado originalmente en la Revista Electrónica "Payaso Procaz".

—No sé cómo expresarlo bien. Es que… quiero morir siendo yo mismo. ¿Tiene sentido? (…) No quiero que me cambien ahí fuera, que me conviertan en una especie de monstruo, porque yo no soy así. — Me muerdo el labio, sintiéndome inferior. Mientras yo cavilaba sobre la existencia de los árboles, Peeta le daba vueltas a cómo mantener su identidad, su esencia.
—¿Quieres decir que no matarás a nadie?— le pregunto.

—No. Cuando llegue el momento estoy seguro de que mataré como todos los demás. No puedo rendirme sin luchar. Pero desearía poder encontrar una forma de… de demostrarle al Capitolio que no le pertenezco, que soy algo más que una pieza de sus juegos. 



Collins, Suzanne. Los juegos del hambre. Traducción de Pilar Ramírez Tello. Editorial Océano, México D. F., 2009. Quinta Reimpresión 2012. (Océano Travesía), pp. 156.

Lo declaro ahora mismo. Soy un hombre arcaico. Decimonónico. Me gusta leer. Libros. Sí, impresos en hojas de papel —pobres arbolitos— con buen diseño. Y compartir mis lecturas. Pues ahí va. Terminé de leer la saga de novelas de Suzanne Collins. Se compone de tres novelas: “Los Juegos del Hambre” (2008), “En llamas” (2009), “Sinsajo” (2010). Cuando fui a comprar el primer libro, me enviaron a la sección infantil. Cuando pedí una explicación a la vendedora, me dijo que se trataba de literatura juvenil. En esta materia nunca olvidaré la grata experiencia de haber leído en la secundaria “La isla del tesoro” de Robert Louis Stevenson, un libro genial por donde se le vea, un clásico inmortal. No diría lo mismo de “Los Juegos del Hambre” aunque me pareció un conjunto de novelas muy buenas, dignas de atención y comentario.

Indiscutiblemente, la obra tiene valores literarios. En cuanto a su narrativa, es entretenida de principio a fin, aunque la tercera no tiene el mismo ritmo, ni la misma fuerza dramática. ¿Por qué? Se siente la costura, el gran esfuerzo por cerrar las historias, los personajes, por presentar un final sorprendente, original y coherente. Lo logra… forzadamente. Eso sí. El hecho de que el final no sea complaciente, ni con los lectores, ni con los personajes, es muy agradable.



La trama no es nada original. Se habla de una sociedad futura, en el contexto de un régimen opresor —en el ámbito de la Ciencia Ficción esto es un cliché del tamaño de una montaña—, que se refocila en un circo romano gladiatorio televisivo donde el juego es asesinar a otros competidores, y el triunfo es ser el único sobreviviente: otro gran cliché. Revisar el cuento “La séptima Víctima” (1953), y la novela subsecuente “La Décima Víctima” (1965) de Robert Sheckley, la película “Espartaco” (1960) de Stanley Kubrick , las novelas de Stephen King “La larga Marcha” (1979) “The Running Man” (1982) y la película homónima (1987) de Paul Michael Glaser; la novela “Battle Royale” (1999) de Koushun Takami (sin traducción al español todavía); y la película homónima, muy divertida, del maestrísimo Takeshi Kitano (2000) —por fortuna está si la vimos en México— y un larguísimo etcétera.

Se preguntará usted: ¿si la trama no es original, cuál es la gracia de la novela? Amigo lector, una obra literaria no es solamente trama. Aunque debo reconocer que admiro profundamente la obra de Michael Moorcock, de Boris Vian, de Jorge Luis Borges, porque en ellos descubrí el asombro, la perplejidad, el éxtasis, de la originalidad. Esta última es un valor literario que no tienen “Los juegos del hambre”. Pero tiene otros.

Por ejemplo tiene un estupendo trabajo de personajes y una gran capacidad de recrear culturalmente esta sociedad ficcional de Panem. Toda la verosimilitud, y por lo tanto la capacidad de identificación e inmersión del lector en la novela, está cifrada en estos dos factores. Hay un trabajo casi monográfico de Collins de su sociedad ficcional —semejante al que logra el gran Tolkien con la Tierra Media— aunque mucho menos minucioso y profundo. Además Tolkien se mueve con mucha más libertad por su mundo porque no se encadenó a una voz narrativa. Collins sí. Conocemos a la sociedad de Panem a partir de las experiencias y pensamientos de su protagonista Katniss Everdeen. Todo está en primera persona. Lo que es muy útil para el thriller y el suspense, que se logra muy bien en los dos primeros tomos.

Además, esta voz narrativa femenina es uno de los valores más entrañable de la novela. Dista mucho de la feminidad tradicional, del status quo. Recuerdan aquellas viejas historias en las cuáles la mujer queda en casa, guisando; o es la bella princesa intocada, valor de cambio, objeto del deseo, sin voluntad propia. Piense en “El señor de los anillos”, en su mundo ficcional, todos los guerreros, héroes y villanos, son hombres. Aquí no. Las mujeres son pares. Se ha diluido la diferencia de género.

En este mundo ficcional de Panem donde los tradicionales roles de género están fracturados o son inexistentes, sobresalen en muchos pasajes la masculinidad de las mujeres, y la femineidad de los hombres. Ahí hay un tema de estudio.


Y si bien la trama no es original, el tratamiento sí. Definitivamente. Si se preguntan de qué trata la novela, resulta que no es un mero artilugio de entretenimiento, un simple thriller de supervivencia, al estilo “Terminator”. En realidad, es un tratado de marketing político. Por su gran talento beligerante y su rebeldía indomable, Katniss Everdeen termina convirtiéndose en un producto de mercado. No lo malentiendan, estamos hablando del mundo ficcional. Es decir, en el mismo Panem.

Ella es transformada en un símbolo de la rebelión política. Al grado que, en la tercera parte, hay una disociación compleja entre el individuo psicológico y su identidad social; dicho de otra forma, entre el Sinsajo, el símbolo público que sirve a un objetivo político, y la individualidad de Katniss. El símbolo público es construido por la televisión. Así es. Piensen en un político que ha sido construido como una marca, por una televisora. ¿Les recuerda algo? Pero Katniss rechaza este rol social. Sin afán de platicarles la novela, al final ella se opone a ésta manipulación política, mediática, para afirmarse en su propia identidad. Ojalá esto pasará también en la realidad.

El discurso antipolítico de la novela es entrañable, aunque también —hay que decirlo— reaccionario, en el sentido de que descree de la actividad política como factor de transformación social. En el universo de Panem, todos los políticos son iguales y la revolución no cambia nada. Sólo cambia unos líderes nefastos, por otros iguales. ¿Les suena conocido? Collins opone a esta sociedad desvalorizada el sentido ético —la postura individual de cada uno. Es decir, los verdaderos valores están en uno mismo.

Lo fascinante de la tercera novela es la intención de los políticos de destruir este sentido ético en los personajes más importantes, por un lado en Katniss, y por otro en Peeta Mellark (el co-protagónico). Ésta es la premisa —¡gran palabra!— la cuestión vital de la novela en sus tres partes (relea el epígrafe). Hay un punto, en la tercera parte, en el cuál, los personajes parecen haberse perdido a sí mismos para siempre. Y no diré más.

Por otro lado hay una posición política muy contemporánea, al afirmar los profundos valores humanos de las pequeñas comunidades, vistas como núcleos culturales fecundos y humanistas, contra los falsos valores de un Estado Centralista —con mayúsculas— autoritario y manipulador. Concentrador del poder y la riqueza. Aquí hay otra metáfora sociopolítica. Una periferia pobre, sumergida en la miseria alimenticia. Una federación de miserables. Y un Estado Capital que concentra la riqueza y el poder, y cuyos ciudadanos bien alimentados dan la espalda a la miseria que los rodea. ¿Les dice algo?

Así, lo más destacado de la novela es su alto contenido alegórico. Lo que dice del ser humano, de la sociedad, y de la política contemporánea.

Finalmente, otro elemento de gran originalidad, es el alto valor que confiere la novela al universo de la moda. Jamás había leído una obra que me convenciera de la importancia de la imagen personal, de los mensajes que lanzamos a través del vestido, del peinado, del maquillaje, etcétera. El modista como un revulsivo social. Algo así como el Che Guevara armado con tijeras, tiza y cinta métrica al cuello. Eso sí… no me lo esperaba. Es buena Ciencia Ficción. Es buena literatura. Juvenil, sí. No sé si alcance la trascendencia universal. Pero sí les puedo decir algo, las letras de Suzanne Collins han trascendido en mí.

Luis F. Gallardo
28 de Noviembre 2012

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