miércoles, 20 de enero de 2016

LOS MOTIVOS DE DON JUAN O SUS FALLAS DE ORIGEN



LOS MOTIVOS DE DON JUAN O SUS FALLAS DE ORIGEN

SOBRE LA NOVELA “FALLAS DE ORIGEN” DE DANIEL KRAUZE

Cómo breve introducción debo decir que leí esta novela en las vacaciones de diciembre. Fue mi última compra antes de la navidad y le dedique un par de días de lectura, horas muy bien recompensadas.  



Don Juan es uno de los mitos románticos por excelencia, si bien brotó en la pléyade creativa post renacentista de los Siglos de Oro Español, es un emblema de la libertad humana llevada a sus máximas consecuencias. Don Juan es el hombre desencadenado y soberbio que se ufana de su autosuficiencia, una egolatría enferma, megalómana, egoísta, que no sigue más que sus propios apetitos, y por lo tanto se ha rebelado contra todo, incluso contra Dios. Es pues, un arquetipo del hombre malo o incluso un emblema del mal. ¿Por qué?



 Kant lo explica así:

“La acción mala es (…) una actuación en la que el «amor a sí mismo» se convierte en principio supremo; lo cual sucede cuando el otro hombre queda denigrado a la condición de medio para los propios fines, cuando se le engaña, utiliza, explota, atormenta y mata, cuando está en el centro la autoafirmación egoísta en lugar de la obligación relativa a una vida común” (Safranski, 2013, pág. 168)

Don Juan se ostenta como un asesino experto dispuesto a aniquilar a un hombre sin motivo;  seduce a las mujeres sin afán de placer, no es un libertino ni un lujurioso, busca únicamente deshonrar a los maridos y a sus víctimas. Y va más allá, no siente pudor alguno en seducir a una esposa de Cristo para repudiarla después. ¿Qué gana Don Juan? Nada. Al contrario con cada saña va clavando los caños de su cruz. Obviamente no teme ni a la justicia humana ni a la divina, y con esa terrible soberbia es conducido vivo a los infiernos, como el mismo Luzbel. Y puesto que no obtiene nada a cambio de sus acciones: ni poder, ni riqueza, ni placer, ni siquiera una muerte que le ponga fin, ya que es conducido al infierno vivo —espanto y terror— la destrucción que deja a su paso se presenta gratuita e irracional.

Es un mal que no desea algo, “que quiere la nada” (Safranski, 2013, pág. 164) donde “la crueldad y la destrucción” son un fin en sí. Phillip K. Dick planteó magistralmente este tema en un relato de 1958 titulado “Null-O” (K. Dick, 1992) donde Lemuel un sombrío personaje ‘evolucionado’ (contextualmente asociado, por supuesto, con Hitler) se compromete con la causa casi mística de la destrucción total, de la aniquilación absoluta, no de una raza específica, ni siquiera solamente de la raza humana, sino de todo el universo existente. 



DC Comics aprovechará este tópico, de un mal que quiere la nada y de una destrucción universal, en la fabulosa saga “Blackest Night” (DC COMICS, 2012)  con el surgimiento de los Linternas Negros y de Black Hand.



En los años ochenta el genial escritor de Liverpool, Clive Barker, creará su propia versión donjuanesca, en la serie “Hellraiser” (Barker, 1987) aparecerá el reencarnado y desollado personaje Frank Cotton provisto de un hedonismo egoísta sin límite, a tal grado de depravación sádico-masoquista que gozará incluso los tormentos del infierno. 



En fin que Don Juan es un arquetipo universal, revisitado, siempre disocial, incapaz de establecer un lazo mínimo de afecto, abyectamente egoísta.

Pues bien Daniel Krauze hace aparecer el espíritu de Don Juan en el México de hoy. Considere un grupo de muchachos que han sido amigos desde la secundaria, que han vivido muchas aventuras y que ahora están en la edad de madurar, de sentar cabeza. Aquí en la ciudad de México. Podría ser el caso de que fueran sus hijos amable lector, o sus hermanos, o lo vagos de la cuadra. Cualquier muchacho de hoy. En el caso de la novela de clase alta. Uno de ellos, Matías, que se fue hace muchos años a Nueva York, ahora regresa pues ha muerto su padre. ¿Cómo es posible que un muchacho mexicano como Matías pueda conducir a todo su grupo de amigos, parientes y conocidos a un sendero de destrucción? Pues la forma en que lo hace es fascinante.

No quisiera inducir al lector a error, no es la historia de Don Juan y no se asemeja en nada, ni siquiera de forma alegórica. Se asemeja en esa esencia inconsútil en la que se disuelve el arquetipo con notas de Yago, el gran hipócrita de la literatura.  La novela de Daniel Krauze es realista, está narrada en primera persona, desde la ‘presunta’ óptica de Matías, con un excelente ritmo, y con una canasta de situaciones que mantienen el interés del lector hasta el final.

Pero en ese final Matías y Don Juan andan senderos que se bifurcan.

Matías es ponzoña, es lava ardiente, un ente destructivo… pero no autodestructivo —contra lo que dice el dictamen del Jurado del Premio Letras Nuevas de Novela 2012, que ganó merecidamente— salvo en un sentido simbólico. A Dios gracias, el personaje no termina muerto o detenido o castigado por sus malas artes, termina simplemente aislado, pero dueño de sí y de su vida. Como la vida cotidiana. El personaje tiene una complejidad humana que escapa al cuento romántico, y a la mitomanía telenovelera, y lo inserta en el mejor realismo decimonónico. Es un personaje complejo, redondo. Al final Matías es tan real como cualquiera de nosotros, y puede ser nuestro vecino o nuestro mejor amigo. Técnica literaria de primera.   

Una buena novela mexicana, definitivamente. Y esto, desafortunadamente, no es algo que se diga con frecuencia en las letras contemporáneas nacionales. Ojalá se dijera con más frecuencia. 

“Fallas de Origen” obtuvo el I Premio Letras Nuevas de Novela 2012, concedido por un jurado conformado por: Ángeles Mastretta, Marisol Schulz, Francisco Martín Moreno, Fernando Solana, y Gabriel Sandoval. Para el dictamen los jurados desconocían el nombre de los autores, es decir fue a dictamen ciego. La novela concurso bajo el título “Días de lava” con el seudónimo R. B.  La reunión del jurado tuvo lugar en la Ciudad de México el 24 de septiembre de 2012. El fallo del premio se hizo público el 5 de octubre de 2012 en la misma ciudad.



La novela fue publicada Editorial Planeta Mexicana S.A. de C.V. bajo el sello editorial Joaquín Mortiz en 2012.

Referencias

Barker, C. (Dirección). (1987). Hellraiser [Película].

DC COMICS. (24 de Septiembre de 2012). Blackest Nigth. (E. Berganza, Ed.) Green Lantern.

K. Dick, P. (1992). Nul-O. En P. K Dick, Cuentos completos 3. El Padre Cosa (págs. 164-174). Barcelona: Ediciones Martínez Roca.

Safranski, R. (2013). El mal o el drama de la libertad. (R. Gabás, Trad.) México: Tusquets Editores México (Fábula Tusquets Editores).

Luis F. Gallardo
20 de enero de 2016

lunes, 4 de enero de 2016

¿VIVIMOS EL PEOR DE LOS MUNDOS POSIBLES?



¿Vivimos en el peor de los mundos posibles?

“(…)este mundo está dispuesto con el grado exacto de indigencia que necesita para existir. Si fuera todavía un poco peor, ya no podría existir. Por consiguiente, no es posible un mundo peor, pues no podría existir, de modo que el actual es el peor entre los posibles.”

Schopenhauer

Me gustaría compartir con ustedes mis reflexiones, basadas en dos lecturas que me parecieron realmente notables en el mar de lecturas del 2015. Se trata de “Porno cultura. El espectro de la violencia sexualizada en los medios” de Naief Yehya y “El mal o el drama de la libertad” de Rüdiger Safranski. Estos libros en apariencia distintos, están sumamente entretejidos, y fue realmente azaroso que cayeran en mis manos casi simultáneamente. Quizá no elegimos nuestras lecturas sino son nuestras lecturas las que nos eligen. Bien señaló Steve Jobs, en su magnífico discurso en Stanford que quizá la vida no sea más que una trama de estos puntos invisibles que se hilan en los misterios del destino.



Para mí, uno de los grandes eventos del año pasado fue encontrar a Naief Yehya en Twitter, así me enteré de su libro, que conseguí en la librería Gandhi de Quevedo, y que devoré literalmente. Hace muchos, muchos años, 26 o 27 años aproximadamente, comencé a leer a Naief Yehya en “El Nacional” que era el periódico oficial, y además de ser muy barato tenía una sección cultural extraordinaria, ahí publicaban también Leonardo García Tsao, José Javier Navar y muchos otros. El cartonista era Falcón. Ahí me tocó leer el inicio de lo que Naief llamó la “Porno Enciclopedia” y que años después publicaría en un estupendo libro.

Y por cierto, Naief fue determinante para que yo tuviera éxito en mi examen de ingreso al CUEC y pudiera estudiar cinematografía. Resulta que en 1995 publicó una entrevista en el Unomásuno que le realizó a un crítico de cine que en plena e ignorante adolescencia yo no conocía, se llamaba Jorge Ayala Blanco. Me pasó la entrevista Juan Antonio de la Riva, ya que Ayala hacía mención a “Pueblo de Madera”: le había llamado peyorativamente según recuerdo  “Diario de un Pueblo de Madera” (haciendo alusión al libro de Edmundo de Amicis). Días después en mi entrevista del CUEC, un sinodal, el cineasta Mitl Valdés, me preguntó si yo conocía a Jorge Ayala Blanco y me pidió mi opinión sobre sus escritos, y esa fue una pregunta que pude responder. Así se conectan los puntos dixit Jobs.

Primero que nada debo decir que Naief es un gran escritor, un muy notable autor de divulgación cultural y un profundo analista cinematográfico. Su estilo me recuerda mucho al del maestro Roman Gubern, que es ameno y sencillo, pero a la vez profundo y reflexivo. En mi opinión, son escritores que no presumen banalmente su proverbial erudición sino que hilan fino su conocimiento en torno a un discurso que desean expresar de forma clara y contundente.


En “Porno cultura. El espectro de la violencia sexualizada en los medios” (Yehya, 2013) Naief reflexiona sobre la atroz vorágine moderna de violencia y perversión que ha desbordado los límites de lo pornográfico para volverse cultura popular, por ejemplo en el moderno cine de terror o en las masacres políticas de todos los días alrededor del mundo, que podemos observar tranquilamente por internet.

Grupos e intelectuales reaccionarios han llamado a este fenómeno la pornificación de la cultura: “es una expresión del pánico moral provocado por la abundancia de expresiones pornográficas, o inspiradas en la pornografía, que han impactado la cultura popular y que, algunos imaginan, representan el fin de las relaciones sexuales entre seres humanos de carne y hueso, la muerte del afecto, el colapso de una imaginaria inocencia social o la pérdida de ciertos valores éticos del pasado.” Y donde “…cada día se incrementa la cantidad de gente que considera que lo que perciben como una creciente amenaza pornográfica es un inminente cataclismo social” (pág. 226).

Naief toma en serio estos temores y se pregunta: “¿Es posible que la muerte y la tortura en cámara puedan sexualizarse de tal manera que el consumidor común de pornografía —es decir, alguien que no esté obsesionado por ese tipo de imágenes— sienta algún tipo de excitación al verlas?¿Qué sucedería con una sociedad que reemplazara sus estímulos sexuales por actos de crueldad?” (pág. 30)
Naief analiza y examina la posible conexión entre la obsesión pornográfica y la obsesión por los horrores del mundo moderno: las despreciables fotografías de los marines americanos torturando prisioneros en Abu Ghraib; la morbosa divulgación de la ejecución de Sadam Hussein; o las galerías del terror mexicano del Blog del Narco por ejemplo. Y en medio de estas pesadillas mediáticas se cuestiona: “Somos una cultura tan obsesionada con entretenernos, que convertimos el mismo acto de morir en un espectáculo.” (pág. 42).

Es un hecho además que actualmente la pornografía y la violencia atroz coexisten en la red y están a un click de distancia: “…hoy en día existe un auténtico diluvio de imágenes espantosas y sanguinarias en extremo disponibles para cualquiera que las quiera ver en la red e incluso en programas televisivos” (pág. 92) Así “La red se ha convertido, entre muchas otras cosas, en un megamondo film superexplícito, un catálogo de aberraciones interminable, incontinente, sin censura ni limitaciones” (pág. 247). ¿Esta mórbida afición por los terrores humanos puede catalogarse como Pornocultura?

Esta pregunta le sirve a Naief para hacer una minuciosa y espeluznante revisión histórica y panorámica de la violencia sexual y de la violencia mediática, ficcional y documental, en la historieta, el cine porno, el cine de terror, y la red. Uno casi siente compasión por el autor que se sumergió verdaderamente en las entrañas de lo que Joseph Conrad llamó “el corazón de las tinieblas”: el mal puro e irracional que proviene de las entrañas de la mismísima condición humana, expuesto en dos siglos de intrigantes pero hórridas y nefastas expresiones sicalípticas.

Una lectura apasionante y mórbida, de hecho este recuento de abominaciones provocó mis pesadillas y una insondable melancolía, por estas manifestaciones que reflejan lo más despreciable y ruín de la humanidad de la que formo parte. Aún la ficción me provocaba estas mortificaciones ya que la ficción de toda época no es más que un estado del arte de la cultura de su tiempo.

Por ejemplo al hablar del moderno subgénero del cine de terror, que se regodea en la tortura irracional y desquiciada de seres inocentes, de forma totalmente explícita, el llamado torture porn o pornotortura, como las sagas “Saw” (James Wan, 2004) y “Hostel” (Eli Roth, 2005) por ejemplo, Naief nos dice: “…estas cintas se han vueltos reflejos del Zetigist en un tiempo en que el discurso público está saturado de imágenes y debates en torno a las prácticas de tortura y humillación, así como a las matanzas en las guerras e invasiones de Medio Oriente y Afganistán, aunado a la Guerra contra el narco” (pág. 165)

Aunque quizá su abundancia y profusión sean la clave de su propio antídoto ya que “La imagen transgresora deja de serlo cuando nos acostumbramos a ella” (pág. 295). Naief, sombríamente, entrevé que esto puede ocurrir dado que “quizá el público se ha acostumbrado a una realidad en la que la tortura es aceptable y normal.” (pág. 166) Es un proceso de insensibilización muy conocido, comentado e investigado. Cita Naief al investigador Jon Beasley-Murray quién afirma: “«El cine nos hace creyentes a todos, pero al mismo tiempo nos hace cínicos».” (pág. 214)

Con gran destreza argumental Naief nos conduce por las innumerables aristas del problema hasta topar dar con el fondo del abismo: en realidad “El porno es sólo otra denominación de la censura, es un género de naturaleza contestataria que únicamente tiene sentido por su antagonismo con lo aceptable. De ahí que el contenido de la pornografía no importe tanto como los mecanismos que la prohíben.” (pág. 304)

En otras palabras, para popularizar la brujería quema brujas. Para darle a las drogas un encanto adicional, prohíbelas: “Para que una sociedad se «pornifique» no basta una gran producción pornográfica que abarque todos los ámbitos de la cultura; también se requiere de individuos y grupos conservadores que luchen contra estas imágenes en los foros públicos difundiendo aún más estos mensajes, llevándolos a un público que usualmente no tendría acceso a la imaginería erótica, permitiendo, de esta manera, que «contaminen» todo el espectro de la cultura.” (pág. 280)

Prohibir la pornografía, criminalizarla, perseguirla, no la destruiría, la fortalecería: “Purgar el mundo de pornografía (…) sería motivo de mayor ansiedad sexual y del fortalecimiento de un comercio subterráneo de imágenes pornográficas” (pág. 300) Y lo mismo ocurre con las imágenes del terror cotidiano cuando tratan de censurarlas, como se ha visto en México.

El problema de fondo entonces es la libertad. “La proliferación pandémica de la pornografía y la violencia superexplícita en los medios electrónicos es sólo un producto secundario de la gran libertad de expresión que han permitido nuestros recursos tecnológicos y una paradójica situación de vacío político[1] en el ciberespacio” (pág. 307) Entiéndase aquí por vacío político incapacidad o incompetencia del poder para ejercer el control del espacio virtual. Si existiese esa capacidad redundaría en falta de libertad. “Es decir, este fenómeno no se puede erradicar sin pagar un alto costo en términos de nuestras libertades. Es cierto que cuando se afirma que tenemos la libertad de elegir lo que queremos ver, se ignora que es prácticamente imposible evadir el bombardeo constante de imágenes sexuales y violentas en la mediósfera.” (pág. 307)

En conclusión, es una consecuencia de la libertad.





Y aquí viene a cuento el libro de Rüdiger Safranski, “El mal o el drama de la libertad”. Otro libro de lectura apasionante, donde el autor hace una revisión histórica de la noción del mal a partir de todos los sistemas e ideas filosóficas hasta el presente. Pero tiene una premisa muy clara que expone y demuestra de manera contundente: “El mal pertenece al drama de la libertad humana. Es el precio de la libertad.” (pág. 13) Y abunda más adelante:

“El mal no es ningún concepto; es más bien un nombre para lo amenazador; algo que sale al paso de la conciencia libre y que ella puede realizar: Le sale al paso en la naturaleza, allí donde esta se cierra a la exigencia de sentido, en el caos, en la contingencia, en la entropía, en el devorar y ser devorado, en el vacío exterior, en el espacio cósmico, al igual que en la propia mismidad, en el agujero negro de la existencia. Y la conciencia puede elegir la crueldad, la destrucción por mor de ella misma. Los fundamentos para ello son el abismo que se abre para el hombre.” (pág. 14)

Y ahí está. En esta excelente taxonomía de las oportunidades del mal se enhebra una conclusión un tanto dramática: el estado en apariencia caótico, atroz, terrible del mundo contemporáneo, de la aldea global, se debe a la globalización de la democracia y a las libertades sociales que de esté régimen político dimanan. Pues a mayor libertad, mayor espacio para el mal. Siempre habrá mal, en cualquier régimen político y sociedad humana constituida. Pero a mayor libertad, mayor espacio de libertad para realizar el mal. Así de simple. Y no solo eso, mientras más seres humanos libres existan, o dicho de otro modo, mientras más conciencias libres existan que puedan realizarlo, más potenciales obreros del mal existen. Es el precio o el costo de la libertad. O dicho de otro modo, para evitar la metáfora monetaria, es una consecuencia de la libertad. Igual que el bien.   

Y no es una abstracción: la libertad de comprar armas en Estados Unidos está garantizada por un marco constitucional y por una tradición cultural difícil de limitar. No se renuncia a una libertad aunque esta se use para el mal. Esas armas han terminado en manos de narcotraficantes mexicanos y han sido causa de muerte de miles o decenas de miles de personas.

De la misma forma, como ha expuesto Naief Yehya, Internet ha propiciado la formación de redes sociales muy activas que favorecen el comunitarismo, pero al mismo tiempo sirve para comerciar pornografía, legal o ilegal como en el caso de la pornografía infantil. ¿Deberíamos renunciar a la Internet por el mal uso que se hace de ella? Sería absurdo. Después de todo existen marcos jurídicos que limitan estas libertades.

Es momento de responder la pregunta que dio origen a este breve artículo: ¿Vivimos en el peor de los mundos posibles? No. Yo prefiero el mundo libre, aunque esté así de podrido. Yo prefiero mi libertad de ver y padecer lo inenarrable a la otra opción: la de que alguien, un estado, una institución, programe lo que yo deba ver y padecer. Después de todo, aún, afortunadamente, somos conciencias libres y no “Naranjas Mecánicas”.     

Trabajos citados

Safranski, R. (2013). El mal o el drama de la libertad. (R. Gabás, Trad.) México: Tusquets Editores México (Fábula Tusquets Editores).

Yehya, N. (2013). Pornocultura. El espectro de la violencia sexualizada en los medios. México: Tusquets Editores México (Ensayo Tusquets Editores).




[1] La idea de que el ciberespacio se halle en una situación de vacío político es controvertida. Por ejemplo, para el activista comunitario Adalberto Ayala —con base en ideas de Foucault— internet es una tecnología típicamente capitalista y las redes sociales están plegadas “a los intereses económicos e ideológicos que las sustentan” y en ellas se manifiesta “la mercantilización de los procesos vitales convertidos en artículos de consumo” (p. 57) así por medio de las redes sociales se genera una forma de control social mediante el “control general del tiempo”(p. 56) a través del consumo y la publicidad, pero además “al sometimiento del tiempo debe agregarse el sometimiento del cuerpo, de sus capacidades y aun de su movilidad física, al desplazar la realidad objetivada de la conciencia de los hombres para suplantarla mediante la hegemonía de la realidad virtual.” (p. 59)  Ayala, Adalberto. Un día cualquiera en la vida de don Pedro Grullo. De la violencia de las redes sociales o ¿La humanidad salvaje? Publicado en el libro Violencia en las Redes Sociales Coord. Y Prol. Alberto Constante. México, Estudio Paraiso, 2013. Pp. 47-61 (Estudio Paraíso Filosofía)