jueves, 29 de enero de 2015

CRITICA A WHIPLASH

El dilema de Whiplash

Es un poco extraño, sin embargo, que gran parte de mi identidad esté atada a una cosa completamente efímera. La música es intangible, existe sólo en el momento en que es aprehendida, pero aún así puede alterar profundamente nuestra manera de ver el mundo y nuestro lugar en él. La música puede ayudarnos a superar momentos difíciles de la vida, cambiando no solo cómo nos sentimos por dentro, sino también cómo sentimos todo lo que nos rodea. Es muy poderosa.
David Byrne
Cómo funciona la música

EL DILEMA Y LAS SINGULARIDADES

Las películas que conectan la música con el lenguaje cinematográfico expresivamente son mágicas. Y “Whiplash” de Damien Chazelle, graba su nombre en esa larga lista de piezas cinematográficas de Cine Total (como lo concebía André Bazin). Comenzando con la extraordinaria  “Glass” de Bert Haanstra, cuyo montaje rítmico, al son del jazz, evoca Whiplash en los momentos orquestales.   



Su singularidad más entrañable, deviene en la rareza de tratar un instrumento y a un instrumentista muy poco tratado en el cine de ficción: batería y baterista.

El dilema que plantea la película (y que no resuelve en mi opinión) es interesante: ¿Una educación tiránica (como la que abunda en las artes) puede formar mejores artistas que la educación ortodoxa? El dilema se encarna en la confrontación del alumno Andrew Neimann (Miles Teller) con el prestigiado catedrático Terence Fletcher (J.K. Simmons), quién, para justificar sus métodos draconianos narra una anécdota sobre el músico Charlie Parker, quién presuntamente, a partir de un correctivo que pudo acabar con su vida, se transformó en la leyenda que fue. La anécdota va y viene a lo largo de la película, con argumentos y contra argumentos, sin hallar una síntesis satisfactoria.




Mientras tanto los espectadores ‘gozamos como enanos’ de la música, —y vaya gozo— y compadecemos el bullying despiadado que sufre Andrew, abuso que alcanza su paroxismo en una escena que es pura poesía cinematográfica (como la concebía André Bazin, nuevamente), uno de esos momentos de lucidez fílmica única, de verdadero arte.  Si les digo cuál es esa escena, les arruino la película, así que… tendrán que descubrirlo por ustedes mismos.

EL DILEMA Y LAS CORRESPONDENCIAS

Otras películas sobre músicos, han tratado el dilema de Whiplash. Hay una película de Spike Lee, “Mo’better blues” (1990), absolutamente genial, que toma una postura. 



El niño Bleek Gilliam (interpretado ya de joven por Denzel Washington) sufre una educación tiránica, consistente en horas y horas, días y días, de práctica interminable de la trompeta, pues sus padres anhelan que Bleek sea una estrella del jazz. Así que, mientras los demás niños del barrio juegan y se divierten, y crecen, y tienen novias, y viven la vida, Bleek vive con su trompeta, come con su trompeta, y duerme con su trompeta. Craso error. Al final Bleek no se transforma en un jazzista famoso. Y cuando tiene un hijo, en la escena clave de la película, le quita la trompeta y lo deja salir a jugar con los demás chicos. La vida no es solo música. La educación, por más estricta o brutal que sea, no puede predeterminar el flujo de la vida.



Spike Lee filmó la película como una respuesta a “Bird” de Clint Eastwood. Así es, el biopic de Charlie Parker. Para Spike Lee, “Bird” es una película de blancos burgueses de california, llena de clichés sobre los jazzistas negros, que en las películas WASP siempre son presentados como tipos decadentes, autodestructivos, adictos a las drogas. Estos clichés le molestaban a Spike porque su papá era un jazzista prestigiado, lejos del estereotipo, buen hombre y padre de familia.

El dilema se complejiza cuando se plantea ¿Qué tanto influye realmente la educación y que tanto el propio carácter del aprendiz? ¿Quizá Fletcher no es un maestro iluminado sino más bien un soberano cabrón? ¿Fue Charlie Parker lo que fue, por su formación o por su talento? Chazelle no nos responde esa pregunta tampoco. Nos deja la duda. Pero esta ambigüedad es absolutamente brillante, pues en realidad, el dilema no tiene solución. Es relativo.

Cheng Lon (mejor conocido en occidente como Jackie Chan) fue matriculado en la Academia de la Ópera de Pekin en 1961, con apenas 7 años de edad. La brutalidad de los métodos educativos de la Academia de la Ópera de Pekin son legendarios, y hubieran hecho palidecer al mismísimo Dracon de Tesalia. Si un alumno fallaba en alguna suerte acrobática, por ejemplo, en castigo la repetía por horas. Llegaban a trabajar 20 horas por día, en una obsesión por la perfección técnica. Jackie estuvo ahí 10 años. Egreso en 1971. Y aquí se complejiza el dilema: por supuesto sin esta formación moral, mental y física, Jackie Chan no sería Jackie Chan. Pero… sólo hay un Jackie Chan. Muchos tuvieron la misma formación pero solo hubo un Jackie.  

El gran Satchmo, uno de mis ídolos musicales, aprendió a tocar la trompeta en el reformatorio y en los burdeles. Y con esta formación rupestre pudo ser uno de los músicos más importantes e influyentes de la primera mitad del siglo XX. Su nombre era Louis Armstrong.  Y aunque Terence Fletcher también lo menciona como uno de sus íconos, por supuesto no lo pone de ejemplo. De hecho es el contra ejemplo perfecto.

Quizá, al final, la educación es como la música, según David Byrne, efímera e intangible,  “puede alterar profundamente nuestra manera de ver el mundo y nuestro lugar en él (…) puede ayudarnos a superar momentos difíciles de la vida, cambiando no solo cómo nos sentimos por dentro, sino también cómo sentimos todo lo que nos rodea. Es muy poderosa.” Como la música, como el cine, y como “Whiplash”.

Luis F. Gallardo


28 de Enero de 2015

viernes, 23 de enero de 2015

CRITICA A BOYHOOD DE RICHARD LINKLATER

Sobre las “Historias Verdaderas”

Ayer lloré con un relato. Ayer. 22 de enero de 2015. Por la mañana tomé un libro de Paul Auster “El cuaderno rojo. Historias verdaderas” (Seix Barral, Planeta, Booket 2012). Lloré con el relato número 9. Entre la página 47 y la 53. Llore, conmovido, con un relato de 7 cuartillas. Auster compone un libro con relatos que ha compilado de la vida. Relatos de cotidianidades. Hasta de chismes. Pero Auster sabe focalizar los asombros de lo rutinario. De hecho lo hace de manera extraordinaria.  



Y por la tarde vi “Boyhood” de Richard Linklater. A Paul Auster le encantaría este contraste de azar, por la mañana leí su libro de “Historias Verdaderas” y por la tarde vi una película cuyo subtítulo es “Momentos de una vida” que trata también de historias verdaderas. ¡Ja! Pero el contraste fue desafortunado.

“Boyhood” es una película abúlica. A los 20 minutos de película me di cuenta que no iba a ningún lado. La sensación de deriva me mantuvo exasperado las siguientes dos horas y media.
La película nos muestra diversos momentos en la vida de una familia de padres divorciados, a lo largo de 12 años. Y la gracia de la película es que fue filmada realmente a lo largo de esos 12 años. La historia de la familia es narrada desde el punto de vista del protagonista, un niño-adolescente-joven llamado Mason, interpretado esos 12 años por Ellar Coltrane.  



La película parte de una idea audaz, en materia experimental, de seguir la vida de una familia a lo largo de 12 años. Pero desafortunadamente, lo único audaz fue la idea y lo único que avanza a lo largo de 12 años, es la edad de los intérpretes. Porque la película no avanza a ningún lado. Carece de entramado. Es una serie de episodios de la vida, un álbum familiar filmográfico, en general carente de interés.

Quizá trata de eso, la vida es así. Es inane. Señor Linklater, eso ya lo sabemos, por eso leemos novelas, historietas, escuchamos música, practicamos deportes, apreciamos espectáculos,  VAMOS AL CINE, para darle sentido a la vida, huyendo de ella, en cierta forma (o de sus aspectos más burdos y rutinarios).

Al terminar la película no pude evitar compararla con el libro que había leído por la mañana, que tiene una propuesta estética interesante, sustentada en la teoría del azar, donde cada relato, mini relato y micro relato posee la magia de la vida, aunque sea absurda, aunque narre simplemente como un sujeto pierde una moneda en la acera.

El esfuerzo de filmar una película durante doce años, simplemente porque es una idea genial, porque va a transcurrir la vida y la veremos transcurrir en el desarrollo vital de los actores, es baladí. Es snobismo intelectual.  Es autismo artístico. Lo es sin una idea rectora, una premisa, un discurso. 

La vida familiar, social, humana, específica, rutinaria, transcurre en “Cuentos de Tokyo” de Yasujiro Ozu, quizá, como en ninguna otra película de la historia del cine. Fue filmada en 1953, en un lapso no mayor a ocho semana, quizá en cinco semanas. Y es profundamente conmovedora y significativa, dramática y trascendental. Eterna. 




Lo mismo pasa con un relato de siete cuartillas de Paul Auster, que puede leerse en cinco minutos… y con eso... resonó en mí. 

Sin embargo “Boyhood”, que se filmó durante 12 años, lamentablemente, es una película perfectamente olvidable.