martes, 2 de mayo de 2017

NAIEF YEHYA EN EL PENDULO

Naief Yehya en el Péndulo

Tampoco se trataba de creer en la magia de la literatura para liberarnos de nuestras cadenas ni para unir a la humanidad en perfecta hermandad. No. No soy tan idiota. Mi fin era más modesto.
Naief Yehya, Las cenizas y las cosas

Naief Yehya presentó su libro Las cenizas y las cosas el pasado miércoles 26 de abril en el Péndulo de Polanco y contó con presentadores de lujo: Juan Villoro y Guillermo Fadanelli. Las enormes ganas de conocer personalmente a Naief Yehya, quién a través de su trabajo ha sido muy importante en mi vida —narraré eso en otra oportunidad — venció mi reticencia a asistir a presentaciones de libros, que normalmente son bastante aburridas.



Hace muchos años asistí a la presentación de la primera novela publicada por mi maestro Enrique Rentería, guionista de cine. De hecho conocí su libro La noche del pez en forma de guión unos tres o cuatro años antes de que se volviera novela, un relato de heurística impresionante. Si definiera a Enrique como autor o creador, diría que lo caracteriza la profusión creativa, una avalancha de ideas avasalladoras. Su libro fue presentado por Guillermo Arriaga que ya en ese momento era muy famoso, y por Álvaro Cueva que tampoco necesita mayor presentación;  ya había sido uno de los chismosos del programa “Ventaneando” de Paty Chapoy.

Guillermo Arriaga, el peor presentador de libros de la historia. Me quedó bastante duda de si había leído el libro antes de presentarlo. Su mayor argumento consistía en que debíamos comprar la novela pues esa era la razón de ser de la presentación si no ¿Qué hacíamos ahí? De acuerdo pero ¿Por qué debíamos comprarla? Porque era un libro bonito —literal, con eso concluyó. Álvaro Cueva se emocionó mucho con este concepto de bonito e hizo una disertación completa sobre lo bonito. Es un libro de pesadilla, como un Macbeth marino o un Gordon Pym, e incluye un feroz monstruo marino. Quizá Álvaro tampoco lo había leído. Enrique Rentería sí lo leyó, eso me consta porque la escribió. En fin, una presentación sin notas sobre el libro. Moraleja: Si haces literatura que sean literatos los que presenten tu libro.   

En esta ocasión se trataba de un libro de Naief Yehya y estaba decidido a conocerlo, así que me lancé al Péndulo de Polanco atravesando un Paseo de la Reforma sitiado por plantones, obras del metrobús y un tráfico de muerte. La cita era a las siete y media. Llegué a las 7 con algunos minutos, detrás de mi llegó Naief. Lo vi de frente cuando ingreso al Péndulo. No vi llegar a Fadanelli, pero estoy seguro que debe haber llegado a tiempo. No obstante Juan Villoro se retrasó poco más de media hora, la excusa de oro: el tráfico. Que un evento se retrase en México es cosa de todos los días: es un país con rezagos sociales, económicos, y a la vista de sus políticos, también mentales. Y la Ciudad de México, hay que decirlo, es una trampa mortal para las voluntades más puntuales. 

            Muy temprano tomé mi lugar justo detrás de una señora que tenía algún cargo muy importante en las librerías Péndulo, algo así como Directora de Difusión Cultural. La señora quería iniciar el evento a tiempo así que envío a un asistente que le hablara al autor para que subiera al primer piso donde había sillas listas y un cóctel en ciernes. El muchacho bajo velozmente. Otra asistente le dijo que faltaba Juan Villoro para poder empezar y entonces la señora Directora dijo —Pues consigue a otro —¡La adoré! ¡Sustituir a Juan Villoro! ¡Qué ocurrencia! —No hay alguien que pueda decir algo? — completó. El rostro perplejo de la asistente tardó en recuperarse del shock, y dijo temblorosa —Está el editor del libro — Y fue por él. Para mi sorpresa, un muchacho joven. Se presentaron —¿Tú podrías decir algo? — le dijo la señora al editor. Él en realidad no entendió el sentido de lo que se le pedía y contestó —¡Claro, puedo presentarlos a los tres! Brevemente. — La señora quedó dubitativa.

En ese momento subió el asistente al que habían enviado por Naief, quien le dijo que Juan Villoro ya estaba en Anzures. Si uno habla mexicano, eso quiere decir que salió de su casa y tardaría una media hora en llegar, como fue. —¿Entonces, esperamos a Juan? —preguntó la señora no muy convencida y volvió a su asiento delante de mí, refunfuñando. —No es posible —decía —por qué lo tenemos que esperar. No puede ser…

Me hubiese encantado decirle que lo íbamos a esperar porque era Juan Villoro. Sólo por eso. Como entendí que Villoro iba a tardar, bajé con mi ejemplar de Las cenizas y las cosas a buscar a Naief para aprovechar el tiempo, presentarme con él, que me firmara mi libro y una indispensable selfie. Naief ya estaba en una mesa departiendo con amigos. Dudé. Finalmente me decidí y fui hacía la mesa. Poco antes de llegar, Naief me reconoció. Jamás me había visto, salvo en fotos de redes. Me llamó por mi nombre, —Luis, que amable en venir.

Es un ser luminoso, Naief: caballeroso, gentil, infinitamente amable. Vestía un traje impecable, elegante. Me presentó a la mesa y conocí a Guillermo Fadanelli. Perfectamente caracterizado de Fadanelli de aspecto decadente: una gorra con el logotipo Ford —¿por qué usar una gorra con este emblema de la traidora empresa? Nomás por fregar, pienso— una camisa desfajada con otro bordado automotriz, jeans y tenis. (Sé lo que Fadanelli diría de mi observación, porque lo ha escrito: "Juzgar a un hombre por su vestimenta, vaya majadería (...) el mundo se incuba dentro de la cabeza" (Hotel DF, Mondadori, 2010 pp. 39)

Me presenté: —Soy Luis Gallardo, mucho gusto. Soy escritor.  —Fadanelli me atajó. —Quien se presenta como escritor no es escritor. —¡Ouch! El dedo en la llaga. Es que soy un tipo de escritor, pensé —Soy guionista, escribo guiones de televisión, para la televisión que nadie ve, la televisión cultural.  —Ah, eres guionista — concluyó Fadanelli. Ya no dijo más.  

Naief me dedicó mi libro, nos tomamos la selfie. Me dijo que debía seguir nuestro diálogo en redes. ¡Qué tipazo Naief! Me despedí. Subí a retomar mi lugar, muy contento y a esperar a Villoro. La impaciencia tensaba un poco el ambiente. A las 7:30 que se supone debía empezar, el salón estaba semi vacío. Lo que me sorprendió en realidad.



          A las 8:00 ya no había dónde sentarse. Ya se dificultaba caminar entre la gente. A esa hora la Señora Directora, ante los contantes minutos de dilación e impaciencia decretó que se adelantara el cóctel y le dieran bebidas a los presentes. Gran idea. Yo estaba junto a la mesa de coctel y me apresuré a tomar una copa de vino blanco. Pocos minutos después anunciaron que había llegado Villoro. La señora llamó a la asistente y le preguntó que cómo se pronunciaba el nombre del autor.  —Na-yef  Ye-ya— como suena. Dijo la muchacha. La señora practico un par de veces. —¿Así esta bien?— le preguntó a la asistente. —Si, perfecto— dijo la muchacha. Me pregunte: ¿La señora sabría quién es Naief?

En todo este preámbulo no podía dejar de pensar que aquello era en realidad San Ismael, zona Polanco y que aquella señora encarnaba perfectamente a la Licenciada Lupita, la Guadalupe Fritz-Romo de la novela. Entenderán cuando lean la novela de Naief. 

Tomaron su lugar. Villoro como siempre bien vestido, ropa de buena marca, buenos zapatos, bien arreglado. La señora los presentó y dijo literalmente —Nayef Yeya.  Tomó la palabra Naief brevemente, agradeció la presencia de todos, señaló a su esposa que estaba frente a él sentada en primera fila. Una mujer menuda, muy bella, de gafas y aura melancólica. Quizá mujer de letras.  

Luego Naief presentó a Fadanelli como Willy, con esa familiaridad y así uno de los próceres de las letras contemporáneas mexicanas se transformó en Willy: un guey con el que te tomas unas chelas. Gran sorpresa: ellos son amigos de juventud y de larga historia. El primero en tomar la palabra fue Fadanelli. No sabía que esperar de él. Para mi mejor amigo Fadanelli es simplemente el mejor escritor de la actualidad. Sus letras son muy ácidas, densas, llenas de ocurrencias, luminosas, de ritmo espeso, no muy fluido, pero divertidas. Yo no sé si sea el mejor escritor, pero indudablemente es de los más importantes. Su aspecto decadente, muy acorde a su leyenda. Yo no lo conocía personalmente. 

         Entre lo primero que dijo Fadanelli es que no se pronuncia “Na yef” sino “Neif”. ¡Ups! El rostro de la Señora: de antología. Pero ¡Qué difícil la pronunciación! Como Niarf Yahamadi, el personaje de la novela, "de nombre impronunciable", diría más adelante Willy.

Resultó genial. Lo declaro el mejor presentador de libros de la historia. De hecho debería presentar todos los libros que se presenten en México sin excepción, del tema que sea. Es ameno, totalmente divertido, pero también profundo. Se cuidó de no hacer spoiler de la novela. Tras hacer un recuento de su relación con Naief, afirmó que era la novela de un gran cuentista,  una novela de relatos. No es la primera vez que escucho esto, Cardoza y Aragón escribió un tratado llamado Miguel Ángel Asturias, casi novela en el que intentaba demostrar que la gran joya del escritor guatemalteco, Hombres de Maíz —que adoro— no es en realidad una novela, sino una suma de relatos. Pero ¿No es eso también El Quijote novela de novelas? En fin, hiló por ahí Fadanelli explicando la extraña estructura que tiene la novela de Naief, que yo también había notado, y de pronto la calificó de posmoderna. ¡Yo había pensado eso también!

Pero no me ufano, el hecho de que Fadanelli y yo coincidamos sólo quiere decir que los dos manejamos los mismos esquemas estereotipados sobre el estilo posmodernista y por los geniales juegos metaficcionales de la novela.

En seguida comparó el estilo de Naief con el de Jorge Ibargüengoitia e hizo una referencia magistral al establecer esa identidad entre Cuévano y San Ismael. Celebró que fuera una novela legible lo que ya es mucho decir en las letras mexicanas actuales. Celebró el sentido del humor, la ironía y las lúcidas metáforas sobre nuestra sociedad contemporánea. Lo dijo todo y realmente después de él había poco que agregar. Un hombre de gran lucidez, inteligencia e imaginación, simpático, nada que ver con su leyenda ni con su estampa. La mujer de Naief estaba feliz cuando hablaba Willy o al menos se veía muy divertida.   

Tocó el turno a Juan Villoro. Apenas necesita presentación: hijo de don Luis Villoro, eminente filósofo y catedrático universitario cuyos textos de filosofía de la religión deberían ser republicados y ampliamente difundidos (yo recomiendo la compilación llamada Vislumbres de lo otro en el que se puede leer ese profundo texto titulado “La Mezquita Azul” donde don Luis reflexiona sobre la experiencia mística a partir de su propia experiencia frente a esta obra maestra de la arquitectura islámica, en Estambul. El relato inicial en el que describe su vívida experiencia es una joya literaria, una pieza de arte de gran fuerza lírica y espiritual). Yo utilizo estos textos en mis clases de Historia del Arte —cuando las he impartido— y curiosamente este semestre que estoy impartiendo un curso de Apreciación Artística he estado utilizando textos de Juan Villoro: lo que escribió sobre el Oroxxo de Gabriel Orozco por ejemplo y actualmente sus textos sobre el diamante Barragán. Juan es un magnífico articulista, sus textos de prensa son siempre relevantes, incluso diría que indispensables. Profundiza: con su gran erudición y mucha creatividad alcanza el tuétano de los temas que toca. Su literatura es muy parecida, aunque un tanto alambicada, culta, estilizada.        

La participación de Juan Villoro fue en cierto punto anticlimática, pues el amigo Willy ya había acabado con el cuadro. No obstante Juan tenía muy bien preparada su presentación, que de hecho se puede leer en parte publicada en el periódico Reforma un día después de la presentación.  http://bit.ly/2qlyMcj

Sin ningún pudor Juan Villoro contó a todos los presentes la novela completa. Un Spoiler detallado de la historia básica con comentarios lúcidos en cada parte. Si hubiera sido la presentación de una película, los asistentes lo hubieran linchado, ya que en cine cae muy mal que le vendan a uno la trama. Pero, por lo visto, el público literario es diferente. Si bien Willy había hablado de Ibargüengoitia para referirse a la novela, Villoro introdujo a Franz Kafka, con mucha razón. También me gustó mucho cómo hizo notar la problemática del desarraigo, la profunda sensación de no pertenecer a nada, cifrada en la novela.

Naief abrumado por la crítica tan positiva de sus amigos, visiblemente afectado de modestia y humildad, apenas pudo decir algunas palabras al final.

Vino la inevitable ronda de preguntas del público, en la cual me di cuenta que la mayoría de los presentes eran amigos y conocidos de Naief. Amigos de infancia, amigos del barrio, amigos de la primaria, otros escritores, su editor, la esposa, etc., todo ello me dio risa porque en su novela tiene este párrafo: “Nada más aborrecible que los escritores que cada vez que tienen una lectura, conferencia o presentación en público presionan a sus conocidos para que los vayan a oír, para que los acompañen en esa ocasión especial” (pp 91). No creo que Naief haya presionado a nadie pero no deja de ser simpático.

            Hubo una gran ovación final, se invitó al cóctel y yo un poco alérgico a las conglomeraciones y a la zalamería salí velozmente a casa. Antes de avanzar con dificultad entre la multitud pude notar una gran fila de personas en espera de comprar la novela de Naief. Los presentadores cumplieron bien su objetivo y la hicieron muy deseable: Las cenizas y las cosas entre Ibargüengoitia, Kafka, en estilo posmoderno, amena, divertida, bien escrita, y sí. Definitivamente es una novela con muchos valores literarios.

Lo pasé tan bien en esta presentación, fue tan divertida, tan llena de detalles interesantes, que caminé hacia Reforma pensando en escribir este texto. Tomé mi camión rumbo a la Villa de Guadalupe,  ya sentado, abrí mi ejemplar  —placenteramente subrayado— para leer la dedicatoria: “Para Luis con aprecio y amistad estas páginas de cinismo y desconsuelo esperando más debates y conversaciones Naief Yehya CDMX 26 de abril de 2016”

Conmovido, sonreí placenteramente. La mayoría de los usuarios estaba en sus asientos observándome. Al principio, yo traté de sonreírles buscando algún tipo de solidaridad. Pronto entendí que no tenía caso.  

Luis F. Gallardo León

01 de mayor de 2017