lunes, 14 de octubre de 2013

El paciente interno: crónica de la mendicidad

EL PACIENTE INTERNO: crónica de la mendicidad.

Si nos propusiéramos describir la moderna estética del cine mexicano, tendríamos que arribar indiscutiblemente a la estética de lo grotesco. En ese sentido “El paciente interno” la Ópera Prima de Alejandro Solar, se inserta en la estilística de su tiempo. Se trata de un documental interesante, artístico —cámaras lentas descriptivas, melancólicas, ritmo semilento, música minimalista—, bien estructurado. Aunque me llama la atención, por el tema que trata, que sea una película de mínimo contenido político.



Es un documental sobre Carlos Castañeda, un hombre que atentó contra la vida del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Al parecer Carlos Castañeda no pertenecía a ningún grupo político, sino que asumió personalmente la venganza de la masacre de Tlatelolco, y como vengador solitario —como Travis Bickle— se lanzó, como el borras, en pos de la justicia, y por supuesto: fracasa. Le cae el estado encima. Se lo traga el Leviatán http://bit.ly/16cfXrV , —o el Ogro dizque “filantrópico” http://bit.ly/168JnD1 — lo mastica y lo escupe a la modernidad. Dejando a un pobre tipo que ya se ha perdido a sí mismo. Cómo afirmó el propio Alejandro, en el programa de Carmen Aristegui del jueves 3 de Octubre, se trata del Estado más represor del México contemporáneo (http://bit.ly/18ZiZir ).

Tras atentar contra uno de los presidentes más represores de la historia de México, a don Carlos le deben haber pasado cosas tan horripilantes, que no pueden expresarse ni con imágenes ni con palabras. Y no se expresan. En la película tampoco.

Del atentado en la película no se explica nada, salvo lo que ya escribimos en esta reseña. Tampoco hay un contexto. La película está centrada en los despojos actuales de Carlos Castañeda. En lo que dejó el Estado Mexicano de él. Y en ese sentido es más, una crónica de la mendicidad en la Ciudad de México, centrada sobre todo en esos individuos que están en situación de calle por insuperables problemas siquiátricos, como es el caso de don Carlos.

La visión del cineasta es un tanto lejana, científica, y en ocasiones también irónica. Es el sarcasmo propio de la estética de lo grotesco. Humor negro, que ameniza la película.

Pero hay un contrapunto espiritual, que supera la parte anecdótica y mundana de lo grotesco; y le da profundidad humana a la película. Don Carlos, alienado por el Estado, sometido a un cruel aislamiento —absoluto— por un periodo de 5 años, sujeto al capricho de sus captores, se encuentra en el punto de desesperanza en el que al ser humano sólo le queda una cosa en el mundo por hacer: orar. Don Carlos establece esa comunión mística con Dios, a través de la oración, y la conserva a pesar de todo, a pesar de las adversidades, y del mundo. Para los siquiatras se trata de un síntoma más de su trastorno mental.
Pero hay un testimonio bellísimo donde don Carlos nos cuenta como se comunica Dios con él. Una anécdota que me hizo recordar a don Miguel de Unamuno y sus experiencias místicas. 



Esta línea narrativa me conmovió mucho. Un ser humano que lo ha perdido todo, todo, todo, hasta su propio ser: conserva la voluntad de la oración. La comunión con Dios. La comunión más íntima, más interna, más paciente. La película vive su segunda semana en un puñado de salas de la ciudad. Vale la pena.


Luis F. Gallardo

13 de Octubre 2013    

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