miércoles, 15 de julio de 2015

NOTAS AMARGADAS SOBRE LOS TERMINATOR



Terminator: la megalomanía senil.  

Luis F. Gallardo
Miércoles, 01 de julio de 2015

Robert Zemeckis afirmó rotundamente que sólo verá la luz fílmica un remake de “Back to the future” sobre su cadáver. Es una rara dignidad en esta era de churrización de los clásicos. Así como no debe haber refritos, la mayoría penosos, hay películas que no deberían tener secuelas, ni precuelas, ni postcuelas, ni suelas, ni nada que termine en “uelas”. Algunas películas únicas y memorables deberían guardarlas en un cofre del tesoro con cerradura soldada y a doble remache. Eso debió haber ocurrido con el “Terminator” (1984) de James Cameron. Una película bastante estimable, con una persecución delirante —que de hecho es toda la gracia de la película. La máquina muestra una fuerza de voluntad implacable, y llega al colmo de sus capacidades para eliminar a Sarah Connor (Linda Hamilton). Y esto conlleva a una fuente infinita de vueltas de tuerca, y suspenso dilatado, y mucha emoción.



La trama profunda es menos interesante: la rebelión de las máquinas. Ya se había planteado en esa obra maestra llamada “Blade Runner” (1982) de Ridley Scott. Curiosamente ambas películas tienen el mismo ADN: el escritor Phillip K. Dick. “Terminator” es una adaptación ‘libre’ no reconocida del relato “La Segunda Variedad” —publicado en 1953 en la revista Space Station Fiction— en el cuál las máquinas con una sofisticación inusitada, construyen modelos de exterminadores con forma perfectamente humana. Hay una secuencia de exterminio en un bunker, que es totalmente similar a la de la película. Pero Dick le da mucha profundidad a sus escritos: nos plantea permanentemente el problema de lo que es ser humano, casi humano o incluso dios o como los propios dioses.



Pero la película de Cameron no se hace ninguna pregunta, es un thriller convencional de humanos buenos y robots malvados. Con sus chochenteros viajes en el tiempo, la trama se agota en la primer película. La derrota de la máquina es la eclosión del triunfo y celebración de la humanidad. Esta es la metáfora final, de esta y de todas las demás.  La película ya no tiene nada más que aportar al mundo. Salvo la reiteración del mismo motivo, con mejores efectos visuales y mucha sofisticación.

Ninguna secuela tuvo sentido. La primer secuela, la segundona, es uno de los grandes churros de la historia del cine. Una pirámide egipcia de cartón consagrada a la insufrible megalomanía de Arnold Schwarzenegger, que llegó a pensar seriamente en postularse a la Presidencia de los Estados Unidos. Una megalomanía sin límites que se expresa en toda su insufrible magnitud en Terminator 2: Judgment Day (1991). Donde el villano de la primer película se transforma sangronamente en el héroe y ad nauseaum.



Ahora, en “Terminator Génesis” (2015) de Alan Taylor, volvemos al origen de la trama, allí donde John Connor envía al terminator a salvar a su mamita. Lo que implicaría un Schwarzenegger con el aspecto que tenía en 1984, pero como eso no es posible para toda la película —por presupuesto— se justifica en la propia trama la senilidad del Terminator bueno. El Abuenator. Así es, escuchó bien: Robots seniles. 



Esto no solo es churrismo de la peor calaña, es senilidad pero de la imaginación.

LA PREMISA ABSURDA DE TERMINATOR

La rebelión de las máquinas es uno de los grandes lugares comunes de la Ciencia Ficción. El miedo a las máquinas es arcaico y se puede encontrar incluso en mitologías fundacionales de muchas culturas. En la era de la revolución industrial, que vio nacer el género de la Ciencia Ficción, el miedo o el rechazo al maquinismo tuvo un gran apogeo, incluso filosófico. Es una reserva antiprogresista. La gran metáfora: ser humano no te envanezcas con tu ciencia, no te creas Dios, tus creaturas se pueden volver contra ti, etc.

Isaac Asimov estaba tan fastidiado con los múltiples relatos de la rebelión de las máquinas que inventó un antídoto perfecto: puesto que todas las máquinas dependen del ser humano para existir, pues el ser humano es quien las programa; y suponiendo que lleguemos al punto en el que creemos máquinas autónomas, autosuficientes y dotadas de inteligencia artificial, bastaría con incluir en su programación tres sencillas leyes:   

1     1)   Un robot no hará daño a un ser humano, o por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.
2     2)   Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entran en conflicto con la 1ª Ley.
3    3) Un robot debe proteger su propia existencia siempre  y cuando esta protección no entre en conflicto con la 1ª o 2ª Ley.    

Estupenda historieta de relatos roboticos de 
Asimov basados en sus famosas leyes.

Estas han sido llamadas, las leyes de la robótica. Por supuesto Asimov es un aguafiestas: siguiendo sus leyes no existiría la diversión de “Blade Runner”; “Terminator”, “Matrix”, ni tampoco  “2001, Odisea del Espacio”. Si algo demuestra la pieza culmen de Kubrick es que el ser humano en realidad si está dispuesto a utilizar la tecnología para destruir al prójimo. Pero es el ser humano detrás de la máquina, no la propia máquina. Algunos despistados no entienden que la máquina HAL 9000 ha sido programada por seres humanos para preservar la misión a cualquier costo. HAL 9000 toma la decisión de asesinar porque fue programada para hacerlo. En cuyo caso es el Ser Humano detrás de la máquina el verdadero asesino.

¿Por qué querría una máquina o un grupo de ellas destruir a la humanidad?  

Tiene tan poco sentido, es tan absurdo como “Terminator”. En cambio los seres humanos son genocidas. Ellos sí, pero las máquinas no son como nosotros, son nuestros instrumentos. El martillo no se vuelve contra la mano que lo empuña pero sí contra la inocente mano que trata de detener su feroz golpe. 

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