Lloré mucho con esa película y volví a llorar la última vez que la vi. Hace un par de años. Es una película que se queda en el espíritu y en el corazón. Y tiene uno de los finales más memorables de la historia del cine: It’s a wonderful life! de Frank Capra. En México titulada ¡Que bello es vivir!
Y la hizo en el momento más
oscuro de la humanidad, en la posguerra de la segunda guerra mundial: sobre el
cadáver de 61 millones de muertos, las evidencias del holocausto nazi y el holocausto
americano en Japón con las bombas nucleares, las hambrunas y las epidemias.
Para millones de personas esta no era una vida maravillosa: pero entonces ¡Que
falta hacía una película de esperanza! En medio de la más desesperada oscuridad
solo se necesita un atisbo de luz. Y no
es una película condescendiente, que haga cuentas alegres: es sobre un hombre
al límite de sus fuerzas emocionales, desesperado y decidido a renunciar a la
vida. Lo único que este hombre tiene es… una familia, una comunidad y el amor
de Dios. ¿Lo único es poco? No lo es. Es ese atisbo de luz que lo conduce
finalmente fuera del abismo, que lo saca de uno de los pozos de la vida.
Dios le envía un ángel para
rescatarlo, y este ángel le permite ver como sería la vida del mundo sin él. Es
una realidad que lo que abunda en esta vida es falta de reconocimiento e
ingratitud. Hoy día los hijos le reprochan a sus padres haber nacido y los
culpan de sus propios fracasos y frustraciones y hasta de su mala vida. Es
difícil que un hijo le reconozca algo a sus padres. Más difícil que un alumno
le reconozca a su maestro sus lecciones. Hoy día las llaman “obligaciones” de
padres y maestros. Pero Dios le concede la gracia a George Bailey de ese
reconocimiento, por una vida bondadosa y generosa dedicada a los demás. Pero
también ha sido bendecido con una hermosa familia.
El final del que hablo, y que
siempre me pareció muy emotivo pero no muy creíble, narra como la comunidad lo
reconoce y lo apoya en ese momento de desesperación. Se vuelve una fiesta de la
fraternidad humana universal -no es simple solidaridad- es ayudar con amor, con
gratitud y con empatía, porque el otro, mi amigo, mi vecino, es como yo. Es el
nuevo sol en que los hombre vuelven a ser hermanos: según escribió
Schiller inmortalizado por Beethoven.
Nunca lo creí, siempre pensé:
¡Que así fuera la realidad! ¡Qué las personas alcanzarán ese grado de
fraternidad! No creía que eso pudiera ocurrir en la vida. Pues ocurrió y
ocurrió en mi familia. Dios siempre está ahí para darnos lecciones de vida.
Mi sobrina Valeria, hija de mi
hermana Luisa Adriana cumplió 15 años. Mi hermana había sufrido una penalidad
que la tenía gravemente endeudada, con jornadas dobles de trabajo. Mis hermanas
son mujeres muy esforzadas, resilientes de situaciones muy adversas. Y no había
dinero para celebrar esa hermosa edad en la que abrevan la niñez y la
adolescencia, los XV de Vale. Narro la historia como me fue contada, si algo es
erróneo o inexacto pido disculpas y lo corregimos.
Mi tía Rosa le ofreció su apoyo a
mi hermana para organizar los XV años de mi sobrina. Le sugirió un espacio, le
pidió un presupuesto. Ya con un presupuesto mi tía Rosa compartió esta
iniciativa con mis tíos, con los sobrinos y entre muchos, colaboraron con un
dinero acorde a sus posibilidades para hacer realidad este evento. Mi tía Rosa
y mi tía Lucía donaron la mayor parte pero la mayoría que pudo hacerlo,
colaboró. Muchos no conocían a mi sobrina en persona.
Este noble acto de generosidad habla
de uno de los valores más entrañables de la especie humana: la fraternidad. No
somos hermanos pero debiéramos tratarnos como tales todos los seres humanos, y
la vida cotidiana sería muy diferente.
Mi señor padre “el licenciado
Gallardo” y la madre de mi sobrina “Gloria”, que ya nos cuidan desde el reino
de Dios, nos acompañaron aquel día anidados en nuestros corazones, viendo a su nieta
feliz y a su familia unida. Estoy seguro que tan conmovidos y felices como yo.
Me honra enormemente pertenecer a
esta familia y llevar el apellido Gallardo, que es como un gran corazón
extendido. ¡Qué bello es vivir!