jueves, 15 de octubre de 2015

CRITICA A CARMIN TROPICAL



Carmín Tropical: disolución de la memoria

Luis F. Gallardo 
15/Oct/2015

Mais la vie sépare ceux qui s'aiment,
Tout doucement, sans faire de bruit
Et la mer efface sur le sable
les pas des amants désunis.

Les feuilles mortes
Jacques Prévert

Estilo son los rasgos de lo específico en una obra, lo que le confiere identidad, y en el arte univocidad que la vuelve un objeto inherente a su autor, y al mismo tiempo a su época, y que le da valor.  

“Carmín tropical” de Rigoberto Pérezcano (2014) es una pieza exquisita de estilo. El cine contemporáneo tiende a desentenderse del guión como elemento significativo, y aún siendo importante lo desbordan sus valores cinematográficos propiamente dichos, la fotografía, la puesta en cámara, la puesta en escena. Por ejemplo “Upstream Color” (2013) de Shane Carrut es una delicia cinematográfica aunque no entendamos realmente lo que trata; “Boyhood” (2014) de Rickard Linklater es un reflejo de la vida, donde lo valioso es la mecánica experimental de narrar la vida en su propio tiempo; o esa “Gravedad” (2013) de Cuarón en un bellísimo ambiente espacial con el pretexto de un guión muy básico, minimalista.



En “Carmín tropical” los valores estéticos sobrepasan el interés que puede tener una trama noir minimalista y convencional. Aunque —hay que decirlo siempre— es otra película ejemplo vivo de la perennidad del film noir. Y de su eternidad.

El tono documental supera el modismo snob Reygadiano —lo que yo llamo el neorrealismo mexicano—  al abismarse en la realidad histórica, al testimoniarse a partir de vínculos familiares, sociales, que son memoria, que son tiempo (lo que por cierto ocurre también, de forma magistral en “Post Tenebras Lux” de Reygadas). Y tiempo además que se disuelve en la memoria. ¿Qué va a pasar con el recuerdo cuando desaparezca el que recuerda?

La película es un palimsesto estilístico: la estética del cine post dogma con su permanente cámara en mano casi testimonial, pero en un sincretismo cultural sin límites, esta enhebrada en la estética del Bókeh japonés, lograda soberbiamente por el fotógrafo Alejandro Cantú, y un diseño de producción obsesivo y sensible de Ivonne Fuentes. Así el desenfoque es metáfora visual de la irremediable melancolía de unos personajes que están a la deriva, que son náufragos de la vida destinados a la intrascendencia.

¿Qué significan esas fotografías personales sin la memoria del que les da valor vivencial? Sin el recuerdo son nada, ceniza, arena, viento. Eso reflexiona el personaje principal, pero eso también se replica en toda la película, es el eco de la idea filosófica que la estructura. Esos recuerdos se perderán al morir el que recuerda, como lágrimas entre la lluvia dice un diálogo inolvidable de una película que se abre también a la eternidad y a la trascendencia.

Y así queda la inevitable nada. El destino de estos personajes que al mismo tiempo somos nosotros también.

Como mexicanos, sujetos de la ‘historia’, estamos atados inevitablemente a las ruedas de occidente y a la ambivalencia cultural entre la melancolía moderna y el eterno cambio o metamorfosis —dixit Roger Bartra. Esta ambivalencia se expresa de forma pesimista en la película.

Si sumamos al estilo exquisito la complejidad de un contexto cultural juchiteca, zapoteca, en la figura del muxe, el homosexual culturalmente asimilado e integrado, podemos apenas dimensionar la magnitud de esta obra fílmica.  

Para mí fue muy emocional el momento en el que suena la melodía inmortal de Joseph Kosma y los versos de Jaques Prevert que Ives Montand inmortalizó: “…la vida separa a los amantes, suavemente, sin hacer ruido, y el mar borra sobre la arena sus pasos divididos”.

Que serán también nuestros pasos, un día. 

Porque eso hace "Carmín Tropical": nos delata.

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