viernes, 17 de octubre de 2008

Recuerdos de Coyoacán / Adolfo Castañón

Adolfo Castañón (n. Cd. de México 1952)


ENCUENTRO DE PASILLO

Por una circunstancia contractual me encontré con Adolfo Castañon en la antesala de una oficina. Él por supuesto leía, y sin mala intención cometí el crimen de interrumpirlo, pero al parecer no le fue totalmente chocante la interrupción. En plena conmemoración de los funestos acontecimientos del 2 de Octubre de 1968, no pude evitar comentarle que había visto su entrevista a la Dra. Luz Aurora Pimentel donde me había enterado que ambos habían estado en la Preparatoria 6, la de Coyoacán, él justamente en 1968. Durante la espera burocrática también le comenté sobre un poema notable de Gabriel Zaid con motivo de 1968, que Jorge Volpi leyó en una de sus clases en la Facultad de Filosofía y Letras, precisamente el 2 de Octubre. De inmediato me comentó de un poema que él mismo había escrito sobre el tema llamado Recuerdos de Coyoacán.

Le pedí las referencias bibliográficas y él me propuso generosamente enviármelo directamente a mi correo electrónico, por supuesto no resistí la tentación de pedirle su autorización para reproducirlo en mi blog, él sonrió y me aclaró que era un poema extenso, un libro. De inmediato pensé en colocar un fragmento, Adolfo aceptó, eso creo. La semana siguiente me puse en contacto con él por e-mail y ese mismo día me envió su libro. Estas son mis impresiones de lectura.

DESCUBRIMIENTO

"Recuerdos de Coyoacán" quizá sea una crónica poética o un poema cifrado en crónica, en cuyas diferentes partes da cuenta de un itinerario espiritual, que recorre la memoria juvenil de un momento trascendente: de un espíritu subyugado por una ciudad, por un tiempo transicional, de lecturas y soledades, de convivencia callejonera, de sociedad y política callejera: intensa y trágica en el otoño de 1968.

La poesía de Adolfo Castañon en los “Recuerdos de Coyacán” sabe a Paz, al poeta. Por lo menos deja esa sensación en la boca, en sus ritmos, en la irrupción de elementos coloquiales, de majaderías que estallan sobre el lector como bombas irreverentes, sorprendentes, atmosféricas. Pero también en su visión del otrora Anahuac, en sus juegos de luces y sombras, en su asombroso manejo del lenguaje, en sus exploraciones sonoras, semánticas, retóricas, y en fin. En el culto y complejo universo que expresan, intertextual en el sentido antigüo: en la madeja de influencias, en el entrecruce de citas explícitas e implícitas, que lejos de la vacua erudición construyen un mundo de resonancias abiertas e infinitas. Supone uno entonces que no es gratuita la dedicatoria, que hay una identidad poética, quizá un homenaje, o un reconocimiento de paternidad artística.

Lo sorprendente: es una obra amena, que fluye como un chopo de agua. No se trata de formas huecas, de meros juegos verbales, imágenes falsas o metáforas que lejos de iluminar desvinculan los objetos que señalan o truecan símbolos por falacias, vicios todos que ensombrecen la poesía contemporánea y el quehacer poético: se trata de poesía que no solo quiere decir algo, sino que lo dice; de poesía con sentido y sentimiento. Ejemplo de lo que considero buena poesía.

No temo utilizar para este poema extenso el epíteto de obra maestra: como lector tirano y esclavo de su propia hermenéutica así lo pienso, pero sobre todo lo siento. Y si bien no puedo compartir mi sentimiento, si puedo compartir el objeto de su provocación.
Aquí un atisbo de los “Recuerdos de Coyoacán” del Poeta —así con mayúscula— Adolfo Castañón.


“Recuerdos de Coyoacán”
Adolfo Castañon, 1998.


Nota sobre la edición: El Blogger impide que los versos conserven ciertas formas visuales que Adolfo ha puesto en algunos de ellos, importantes porque también crean sensaciones rítmicas. Pido una disculpa, espero poder enmendar esta situación.

(FRAGMENTO 1)


Entre Donceles y Tacuba
entre Hidalgo y Allende
La ciudad dormía
entre sus nombres
El país soñaba con la Ciudad
Todas las ciudades de México
eran la misma ciudad de México
soñando los mismos nombres
(Un abogado en cada hijo)
El Águila y la Serpiente
se reproducen a huevo


Águila Madre Culebra
Obra cascabel del aire
Ave Marina que estás con nosotros
Devoraruinas Comebasura
crece tu falda de escombros



detritus de vidrio
sobre los bordes manchados
por los hexagramas de la peste
¿Sabes dónde está enterrado Moctezuma?
En el Valle desierto
por
el camino crepúsculo
por las sombras herederas de otros pasos
sobre las azoteas
en los balcones
el amor y la marihuana en la noche líquida
los labios se abren con un soplo
los héroes sin ojos ni pies
y sin tumba ni monumento
no son héroes dicen
a tientas
con la guía clamorosa del rumor

Más de quinientos muertos
quién sabe cuántos desaparecidos
La voz no dejaba de preguntar
el nombre del Fuego Viejo
en el nombre del Fuego Nuevo
la palabra de la serpiente
el número de la oscuridad y de su espejo
la letra del cielo en llama
la cifra de piedra en la luz



Y el cuento de nunca acabar:
el cuento de una larga noche triste
Aullaban
nombres calcinados
las ambulancias


(FRAGMENTO 2)

Creadora del Cielo y de la Tierra
La voz no sabía si dormía
si sólo callaba entre escombros
si deletreaba casonas leprosas
como quien toca la piel de un abuelo
Si el lenguaje soñaba una ciudad
dormida entre sus nombres
Si cada paso es un nombre
si las sombras en el eje de la Plaza
¿dónde yace el taciturno Moctezuma?
Si con los pies en los ojos
despiertan en su Fiesta Muertos
Y todavía me preguntas
si es mejor espejo Freud o Jung
si la serpiente dormía con los ojos abiertos
si en el Metro la tierra era otra
o la misma semilla de los periódicos
que sabía a libertad
pero alimentaba el rencor
la memoria imperdonable:
a tientas por la ciudad

la brújula del rencor
Este país se muere con los ojos abiertos
las botas puestas
Crece la noche triste como un árbol
y a cada pregunta te abre los ojos

Porque sabes que siempre te he querido:
si muero lejos de ti
ciudad de pantanos desecados
boca de rumor
ojos de tolvanera
dime si soy el mismo
si feliz
en el aire oscuro
de tu historia intacta/manoseada
entre ruinas y días de feria
ambulantes los muertos
éramos nosotros
y nuestros pies párpados
por las escalinatas
bajo
la pirámide

Buscábamos un maestro
nos devolvían cadáveres
embalsamados a la luz pública

………………………………………………………………………………………………

DEL PROPIO ADOLFO SOBRE SU POEMA

Cuando pisé por primera vez la Preparatoria 6, en la calle de Corina (casualmente llamada como la atractiva improvisadora de Corinne de Madame de Staël, como una perra que quise mucho y como una canción popular de la época), en Coyoacán, tenía –o creía tener– conciencia de que la historia ya había pasado: San Ildefonso, los patios de la antigua Preparatoria, la agitada vida estudiantil del México de los años treinta que mi padre y sus amigos evocaban con deportiva y jubilosa nostalgia, no se podía comparar con el nuevo y moderno edificio al que entrábamos para hacer nuestros estudios ni con nuestra insípida y moderna época.

Unos meses después, nos percatamos de que la historia no había pasado de ningún modo. Estalló 1968 y, como vivíamos bajo el volcán, algunos quisimos asomarnos al cráter. Supimos por otras experiencias personalísimas que quien ha respirado el polvo de las calles de México, como dice Malcon Lowry, ya no encontrará la paz en ningún otro sitio.
Siempre tuve una tendencia a la soledad y a la contemplación. Aunque acompañaba a mis compañeros a la calle, prefería leer. Cuando el Movimiento Estudiantil desfallecía, mis aventuras leídas apenas comenzaban: leía las cosas que me interesaban y las que imponía el interés del tiempo. Me atraían la Edad Media y la Patrística, mi lectura de cabecera fue durante mucho tiempo La rama dorada, cuyas historias de regicidios rituales y explicaciones arcaicas me edificaban. La furia política que se apoderó de casi todos mis contemporáneos me fue ajena. En cambio, el Centro me atraía como un imán irresistible: aquella ciudad era como un libro que había que descifrar.

A. C. México D.F. a 9 de febrero de 1998.

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