EL PACIENTE INTERNO: crónica de la mendicidad.
Si nos propusiéramos describir la moderna estética del cine
mexicano, tendríamos que arribar indiscutiblemente a la estética de lo
grotesco. En ese sentido “El paciente interno” la Ópera Prima de Alejandro
Solar, se inserta en la estilística de su tiempo. Se trata de un documental
interesante, artístico —cámaras lentas descriptivas, melancólicas, ritmo
semilento, música minimalista—, bien estructurado. Aunque me llama la atención,
por el tema que trata, que sea una película de mínimo contenido político.
Es un documental sobre Carlos Castañeda, un hombre que
atentó contra la vida del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Al parecer Carlos
Castañeda no pertenecía a ningún grupo político, sino que asumió personalmente
la venganza de la masacre de Tlatelolco, y como vengador solitario —como Travis
Bickle— se lanzó, como el borras, en
pos de la justicia, y por supuesto: fracasa. Le cae el estado encima. Se lo
traga el Leviatán http://bit.ly/16cfXrV ,
—o el Ogro dizque “filantrópico” http://bit.ly/168JnD1
— lo mastica y lo escupe a la modernidad. Dejando a un pobre tipo que ya se ha
perdido a sí mismo. Cómo afirmó el propio Alejandro, en el programa de Carmen
Aristegui del jueves 3 de Octubre, se trata del Estado más represor del México
contemporáneo (http://bit.ly/18ZiZir ).
Tras atentar contra uno
de los presidentes más represores de la historia de México, a don Carlos le
deben haber pasado cosas tan horripilantes, que no pueden expresarse ni con
imágenes ni con palabras. Y no se expresan. En la película tampoco.
Del atentado en la película no se explica nada, salvo lo que ya escribimos
en esta reseña. Tampoco hay un contexto. La película está centrada en los
despojos actuales de Carlos Castañeda. En lo que dejó el Estado Mexicano de él.
Y en ese sentido es más, una crónica de la mendicidad en la Ciudad de México,
centrada sobre todo en esos individuos que están en situación de calle por
insuperables problemas siquiátricos, como es el caso de don Carlos.
La visión del cineasta es un tanto lejana, científica, y en
ocasiones también irónica. Es el sarcasmo propio de la estética de lo grotesco.
Humor negro, que ameniza la película.
Pero hay un contrapunto espiritual, que supera la parte
anecdótica y mundana de lo grotesco; y le da profundidad humana a la película.
Don Carlos, alienado por el Estado, sometido a un cruel aislamiento —absoluto—
por un periodo de 5 años, sujeto al capricho de sus captores, se encuentra en
el punto de desesperanza en el que al ser humano sólo le queda una cosa en el
mundo por hacer: orar. Don Carlos establece esa comunión mística con Dios, a
través de la oración, y la conserva a pesar de todo, a pesar de las
adversidades, y del mundo. Para los siquiatras se trata de un síntoma más de su
trastorno mental.
Pero hay un testimonio bellísimo donde don Carlos nos cuenta
como se comunica Dios con él. Una anécdota que me hizo recordar a don Miguel de
Unamuno y sus experiencias místicas.
Esta línea narrativa me conmovió mucho. Un
ser humano que lo ha perdido todo, todo, todo, hasta su propio ser: conserva
la voluntad de la oración. La comunión con Dios. La comunión más íntima, más interna,
más paciente. La película vive su segunda semana en un puñado de salas de la
ciudad. Vale la pena.
Luis F. Gallardo
13 de Octubre 2013
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