¿Vivimos en el peor de los mundos posibles?
“(…)este mundo está dispuesto con el
grado exacto de indigencia que necesita para existir. Si fuera todavía un poco
peor, ya no podría existir. Por consiguiente, no es posible un mundo peor, pues
no podría existir, de modo que el actual es el peor entre los posibles.”
Schopenhauer
Me gustaría compartir con ustedes mis reflexiones, basadas en dos
lecturas que me parecieron realmente notables en el mar de lecturas del 2015.
Se trata de “Porno cultura. El espectro de la violencia sexualizada en los
medios” de Naief Yehya y “El mal o el drama de la libertad” de Rüdiger
Safranski. Estos libros en apariencia distintos, están sumamente entretejidos,
y fue realmente azaroso que cayeran en mis manos casi simultáneamente. Quizá no
elegimos nuestras lecturas sino son nuestras lecturas las que nos eligen. Bien
señaló Steve Jobs, en su magnífico discurso en Stanford que quizá la vida no
sea más que una trama de estos puntos invisibles que se hilan en los misterios
del destino.
Para mí, uno de los grandes eventos del año pasado fue encontrar a Naief
Yehya en Twitter, así me enteré de su libro, que conseguí en la librería Gandhi
de Quevedo, y que devoré literalmente. Hace muchos, muchos años, 26 o 27 años
aproximadamente, comencé a leer a Naief Yehya en “El Nacional” que era el
periódico oficial, y además de ser muy barato tenía una sección cultural
extraordinaria, ahí publicaban también Leonardo García Tsao, José Javier Navar
y muchos otros. El cartonista era Falcón. Ahí me tocó leer el inicio de lo que
Naief llamó la “Porno Enciclopedia” y que años después publicaría en un
estupendo libro.
Y por cierto, Naief fue determinante para que yo tuviera éxito en mi
examen de ingreso al CUEC y pudiera estudiar cinematografía. Resulta que en
1995 publicó una entrevista en el Unomásuno
que le realizó a un crítico de cine que en plena e ignorante adolescencia yo no
conocía, se llamaba Jorge Ayala Blanco. Me pasó la entrevista Juan Antonio de
la Riva, ya que Ayala hacía mención a “Pueblo de Madera”: le había llamado
peyorativamente según recuerdo “Diario
de un Pueblo de Madera” (haciendo alusión al libro de Edmundo de Amicis). Días
después en mi entrevista del CUEC, un sinodal, el cineasta Mitl Valdés, me
preguntó si yo conocía a Jorge Ayala Blanco y me pidió mi opinión sobre sus
escritos, y esa fue una pregunta que pude responder. Así se conectan los puntos
dixit Jobs.
Primero que nada debo decir que Naief es un gran escritor, un muy
notable autor de divulgación cultural y un profundo analista cinematográfico.
Su estilo me recuerda mucho al del maestro Roman Gubern, que es ameno y
sencillo, pero a la vez profundo y reflexivo. En mi opinión, son escritores que
no presumen banalmente su proverbial erudición sino que hilan fino su
conocimiento en torno a un discurso que desean expresar de forma clara y
contundente.
En “Porno cultura. El espectro de la violencia sexualizada en los
medios” (Yehya, 2013)
Naief reflexiona sobre la atroz vorágine moderna de violencia y perversión que
ha desbordado los límites de lo pornográfico para volverse cultura popular, por
ejemplo en el moderno cine de terror o en las masacres políticas de todos los
días alrededor del mundo, que podemos observar tranquilamente por internet.
Grupos e intelectuales reaccionarios han llamado a este fenómeno la pornificación de la cultura: “es una expresión
del pánico moral provocado por la abundancia de expresiones pornográficas, o
inspiradas en la pornografía, que han impactado la cultura popular y que,
algunos imaginan, representan el fin de las relaciones sexuales entre seres
humanos de carne y hueso, la muerte del afecto, el colapso de una imaginaria inocencia
social o la pérdida de ciertos valores éticos del pasado.” Y donde “…cada día
se incrementa la cantidad de gente que considera que lo que perciben como una
creciente amenaza pornográfica es un inminente cataclismo social” (pág. 226).
Naief toma en serio estos temores y se pregunta: “¿Es posible que la
muerte y la tortura en cámara puedan sexualizarse de tal manera que el
consumidor común de pornografía —es decir, alguien que no esté obsesionado por
ese tipo de imágenes— sienta algún tipo de excitación al verlas?¿Qué sucedería
con una sociedad que reemplazara sus estímulos sexuales por actos de crueldad?”
(pág. 30)
Naief analiza y examina la posible conexión entre la obsesión pornográfica
y la obsesión por los horrores del mundo moderno: las despreciables fotografías
de los marines americanos torturando prisioneros en Abu Ghraib; la morbosa
divulgación de la ejecución de Sadam Hussein; o las galerías del terror mexicano
del Blog del Narco por ejemplo. Y en medio de estas pesadillas mediáticas se cuestiona:
“Somos una cultura tan obsesionada con entretenernos, que convertimos el mismo
acto de morir en un espectáculo.” (pág. 42).
Es un hecho además que actualmente la pornografía y la violencia atroz
coexisten en la red y están a un click de distancia: “…hoy en día existe un
auténtico diluvio de imágenes espantosas y sanguinarias en extremo disponibles
para cualquiera que las quiera ver en la red e incluso en programas televisivos”
(pág. 92) Así “La red se ha
convertido, entre muchas otras cosas, en un megamondo
film superexplícito, un catálogo de aberraciones interminable,
incontinente, sin censura ni limitaciones” (pág. 247). ¿Esta mórbida
afición por los terrores humanos puede catalogarse como Pornocultura?
Esta pregunta le sirve a Naief para hacer una minuciosa y espeluznante
revisión histórica y panorámica de la violencia sexual y de la violencia mediática,
ficcional y documental, en la historieta, el cine porno, el cine de terror, y
la red. Uno casi siente compasión por el autor que se sumergió verdaderamente
en las entrañas de lo que Joseph Conrad llamó “el corazón de las tinieblas”: el
mal puro e irracional que proviene de las entrañas de la mismísima condición
humana, expuesto en dos siglos de intrigantes pero hórridas y nefastas
expresiones sicalípticas.
Una lectura apasionante y mórbida, de hecho este recuento de abominaciones
provocó mis pesadillas y una insondable melancolía, por estas manifestaciones
que reflejan lo más despreciable y ruín de la humanidad de la que formo parte. Aún
la ficción me provocaba estas mortificaciones ya que la ficción de toda época
no es más que un estado del arte de la cultura de su tiempo.
Por ejemplo al hablar del moderno subgénero del cine de terror, que se
regodea en la tortura irracional y desquiciada de seres inocentes, de forma
totalmente explícita, el llamado torture
porn o pornotortura, como las
sagas “Saw” (James Wan, 2004) y “Hostel” (Eli Roth, 2005) por ejemplo, Naief
nos dice: “…estas cintas se han vueltos reflejos del Zetigist en un tiempo en
que el discurso público está saturado de imágenes y debates en torno a las
prácticas de tortura y humillación, así como a las matanzas en las guerras e
invasiones de Medio Oriente y Afganistán, aunado a la Guerra contra el narco” (pág. 165)
Aunque quizá su abundancia y profusión sean la clave de su propio
antídoto ya que “La imagen transgresora deja de serlo cuando nos acostumbramos
a ella” (pág. 295). Naief,
sombríamente, entrevé que esto puede ocurrir dado que “quizá el público se ha
acostumbrado a una realidad en la que la tortura es aceptable y normal.” (pág. 166) Es un proceso de
insensibilización muy conocido, comentado e investigado. Cita Naief al
investigador Jon Beasley-Murray quién afirma: “«El cine nos hace creyentes a
todos, pero al mismo tiempo nos hace cínicos».” (pág. 214)
Con gran destreza argumental Naief nos conduce por las innumerables
aristas del problema hasta topar dar con el fondo del abismo: en realidad “El
porno es sólo otra denominación de la censura, es un género de naturaleza
contestataria que únicamente tiene sentido por su antagonismo con lo aceptable.
De ahí que el contenido de la pornografía no importe tanto como los mecanismos
que la prohíben.” (pág. 304)
En otras palabras, para popularizar la brujería quema brujas. Para darle
a las drogas un encanto adicional, prohíbelas: “Para que una sociedad se
«pornifique» no basta una gran producción pornográfica que abarque todos los
ámbitos de la cultura; también se requiere de individuos y grupos conservadores
que luchen contra estas imágenes en los foros públicos difundiendo aún más
estos mensajes, llevándolos a un público que usualmente no tendría acceso a la
imaginería erótica, permitiendo, de esta manera, que «contaminen» todo el
espectro de la cultura.” (pág. 280)
Prohibir la pornografía, criminalizarla, perseguirla, no la destruiría,
la fortalecería: “Purgar el mundo de pornografía (…) sería motivo de mayor
ansiedad sexual y del fortalecimiento de un comercio subterráneo de imágenes
pornográficas” (pág. 300) Y lo mismo ocurre
con las imágenes del terror cotidiano cuando tratan de censurarlas, como se ha visto
en México.
El problema de fondo entonces es la
libertad. “La proliferación pandémica de la pornografía y la violencia
superexplícita en los medios electrónicos es sólo un producto secundario de la
gran libertad de expresión que han permitido nuestros recursos tecnológicos y
una paradójica situación de vacío político[1]
en el ciberespacio” (pág. 307) Entiéndase aquí por
vacío político incapacidad o incompetencia del poder para ejercer el control del
espacio virtual. Si existiese esa capacidad redundaría en falta de libertad. “Es
decir, este fenómeno no se puede erradicar sin pagar un alto costo en términos
de nuestras libertades. Es cierto que cuando se afirma que tenemos la libertad
de elegir lo que queremos ver, se ignora que es prácticamente imposible evadir
el bombardeo constante de imágenes sexuales y violentas en la mediósfera.” (pág. 307)
En conclusión, es una consecuencia de la libertad.
Y aquí viene a cuento el libro de Rüdiger Safranski, “El mal o el drama
de la libertad”. Otro libro de lectura apasionante, donde el autor hace una
revisión histórica de la noción del mal
a partir de todos los sistemas e ideas filosóficas hasta el presente. Pero
tiene una premisa muy clara que expone y demuestra de manera contundente: “El
mal pertenece al drama de la libertad humana. Es el precio de la libertad.” (pág. 13) Y abunda más
adelante:
“El mal no es ningún concepto; es más bien un nombre para lo amenazador;
algo que sale al paso de la conciencia libre y que ella puede realizar: Le sale
al paso en la naturaleza, allí donde esta se cierra a la exigencia de sentido,
en el caos, en la contingencia, en la entropía, en el devorar y ser devorado,
en el vacío exterior, en el espacio cósmico, al igual que en la propia
mismidad, en el agujero negro de la existencia. Y la conciencia puede elegir la
crueldad, la destrucción por mor de ella misma. Los fundamentos para ello son
el abismo que se abre para el hombre.” (pág. 14)
Y ahí está. En esta excelente taxonomía de las oportunidades del mal se
enhebra una conclusión un tanto dramática: el estado en apariencia caótico,
atroz, terrible del mundo contemporáneo, de la aldea global, se debe a la
globalización de la democracia y a las libertades sociales que de esté régimen político
dimanan. Pues a mayor libertad, mayor espacio para el mal. Siempre habrá mal,
en cualquier régimen político y sociedad humana constituida. Pero a mayor
libertad, mayor espacio de libertad para realizar el mal. Así de simple. Y no
solo eso, mientras más seres humanos libres existan, o dicho de otro modo,
mientras más conciencias libres existan que puedan realizarlo, más potenciales obreros
del mal existen. Es el precio o el costo de la libertad. O dicho de otro modo,
para evitar la metáfora monetaria, es una consecuencia de la libertad. Igual
que el bien.
Y no es una abstracción: la libertad de comprar armas en Estados Unidos
está garantizada por un marco constitucional y por una tradición cultural difícil
de limitar. No se renuncia a una libertad aunque esta se use para el mal. Esas
armas han terminado en manos de narcotraficantes mexicanos y han sido causa de
muerte de miles o decenas de miles de personas.
De la misma forma, como ha expuesto Naief Yehya, Internet ha propiciado
la formación de redes sociales muy activas que favorecen el comunitarismo, pero
al mismo tiempo sirve para comerciar pornografía, legal o ilegal como en el
caso de la pornografía infantil. ¿Deberíamos renunciar a la Internet por el mal
uso que se hace de ella? Sería absurdo. Después de todo existen marcos
jurídicos que limitan estas libertades.
Es momento de responder
la pregunta que dio origen a este breve artículo: ¿Vivimos en el peor de los
mundos posibles? No. Yo prefiero el mundo libre, aunque esté así de podrido. Yo
prefiero mi libertad de ver y padecer lo inenarrable a la otra opción: la de
que alguien, un estado, una institución, programe lo que yo deba ver y padecer.
Después de todo, aún, afortunadamente, somos conciencias libres y no “Naranjas
Mecánicas”.
Trabajos citados
Safranski,
R. (2013). El mal o el drama de la libertad. (R. Gabás, Trad.) México:
Tusquets Editores México (Fábula Tusquets Editores).
Yehya, N. (2013). Pornocultura.
El espectro de la violencia sexualizada en los medios. México: Tusquets
Editores México (Ensayo Tusquets Editores).
[1] La idea de que el ciberespacio se halle en una situación de vacío político es controvertida. Por
ejemplo, para el activista comunitario Adalberto Ayala —con base en ideas de
Foucault— internet es una tecnología típicamente capitalista y las redes
sociales están plegadas “a los intereses económicos e ideológicos que las
sustentan” y en ellas se manifiesta “la mercantilización de los procesos
vitales convertidos en artículos de consumo” (p. 57) así por medio de las redes
sociales se genera una forma de control social mediante el “control general del
tiempo”(p. 56) a través del consumo y la publicidad, pero además “al
sometimiento del tiempo debe agregarse el sometimiento del cuerpo, de sus
capacidades y aun de su movilidad física, al desplazar la realidad objetivada
de la conciencia de los hombres para suplantarla mediante la hegemonía de la
realidad virtual.” (p. 59) Ayala,
Adalberto. Un día cualquiera en la vida
de don Pedro Grullo. De la violencia de las redes sociales o ¿La humanidad
salvaje? Publicado en el libro Violencia
en las Redes Sociales Coord. Y Prol. Alberto Constante. México, Estudio
Paraiso, 2013. Pp. 47-61 (Estudio Paraíso Filosofía)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión y tu crítica es muy valiosa para mi, por favor tómate un momento para comentar.