Tampoco se trataba de creer en la
magia de la literatura para liberarnos de nuestras cadenas ni para unir a la
humanidad en perfecta hermandad. No. No soy tan idiota. Mi fin era más modesto.
Naief Yehya, Las cenizas y las cosas
Naief Yehya presentó su libro Las cenizas y las cosas el pasado
miércoles 26 de abril en el Péndulo de Polanco y contó con presentadores de
lujo: Juan Villoro y Guillermo Fadanelli. Las enormes ganas de conocer
personalmente a Naief Yehya, quién a través de su trabajo ha sido muy
importante en mi vida —narraré eso en otra oportunidad — venció mi reticencia a
asistir a presentaciones de libros, que normalmente son bastante aburridas.
Hace muchos
años asistí a la presentación de la primera novela publicada por mi maestro
Enrique Rentería, guionista de cine. De hecho conocí su libro La noche del pez en forma de guión unos
tres o cuatro años antes de que se volviera novela, un relato de heurística
impresionante. Si definiera a Enrique como autor o creador, diría que lo
caracteriza la profusión creativa, una avalancha de ideas avasalladoras. Su
libro fue presentado por Guillermo Arriaga que ya en ese momento era muy
famoso, y por Álvaro Cueva que tampoco necesita mayor presentación; ya había sido uno de los chismosos del
programa “Ventaneando” de Paty Chapoy.
Guillermo
Arriaga, el peor presentador de libros de la historia. Me quedó bastante duda
de si había leído el libro antes de presentarlo. Su mayor argumento consistía
en que debíamos comprar la novela pues esa era la razón de ser de la
presentación si no ¿Qué hacíamos ahí? De acuerdo pero ¿Por qué debíamos
comprarla? Porque era un libro bonito —literal, con eso concluyó. Álvaro Cueva
se emocionó mucho con este concepto de bonito e hizo una disertación completa
sobre lo bonito. Es un libro de pesadilla, como un Macbeth marino o un Gordon Pym, e incluye un feroz monstruo marino. Quizá Álvaro tampoco lo había
leído. Enrique Rentería sí lo leyó, eso me consta porque la escribió. En fin,
una presentación sin notas sobre el libro. Moraleja: Si haces literatura que
sean literatos los que presenten tu libro.
En esta
ocasión se trataba de un libro de Naief Yehya y estaba decidido a conocerlo, así que me lancé al Péndulo de
Polanco atravesando un Paseo de la Reforma sitiado por plantones, obras del
metrobús y un tráfico de muerte. La cita era a las siete y media. Llegué a las 7 con algunos minutos, detrás de
mi llegó Naief. Lo vi de frente cuando ingreso al Péndulo. No vi llegar a
Fadanelli, pero estoy seguro que debe haber llegado a tiempo. No obstante Juan
Villoro se retrasó poco más de media hora, la excusa de oro: el tráfico. Que un
evento se retrase en México es cosa de todos los días: es un país con rezagos
sociales, económicos, y a la vista de sus políticos, también mentales. Y la Ciudad de México, hay que decirlo, es una trampa mortal para las voluntades más puntuales.
Muy temprano tomé mi lugar justo
detrás de una señora que tenía algún cargo muy importante en las librerías
Péndulo, algo así como Directora de Difusión Cultural. La señora quería iniciar
el evento a tiempo así que envío a un asistente que le hablara al autor para
que subiera al primer piso donde había sillas listas y un cóctel en ciernes. El
muchacho bajo velozmente. Otra asistente le dijo que faltaba Juan Villoro para
poder empezar y entonces la señora Directora dijo —Pues consigue a otro —¡La
adoré! ¡Sustituir a Juan Villoro! ¡Qué ocurrencia! —No hay alguien que pueda decir algo? — completó. El rostro
perplejo de la asistente tardó en recuperarse del shock, y dijo temblorosa
—Está el editor del libro — Y fue por él. Para mi sorpresa, un muchacho joven.
Se presentaron —¿Tú podrías decir algo? — le dijo la señora al editor. Él en
realidad no entendió el sentido de lo que se le pedía y contestó —¡Claro, puedo
presentarlos a los tres! Brevemente. — La señora quedó dubitativa.
En ese momento
subió el asistente al que habían enviado por Naief, quien le dijo que Juan
Villoro ya estaba en Anzures. Si uno habla mexicano, eso quiere decir que salió
de su casa y tardaría una media hora en llegar, como fue. —¿Entonces, esperamos
a Juan? —preguntó la señora no muy convencida y volvió a su asiento delante de
mí, refunfuñando. —No es posible —decía —por qué lo tenemos que esperar. No
puede ser…
Me hubiese
encantado decirle que lo íbamos a esperar porque era Juan Villoro. Sólo por
eso. Como entendí que Villoro iba a tardar, bajé con mi ejemplar de Las cenizas y las cosas a buscar a Naief
para aprovechar el tiempo, presentarme con él, que me firmara mi libro y una
indispensable selfie. Naief ya estaba
en una mesa departiendo con amigos. Dudé. Finalmente me decidí y fui hacía la
mesa. Poco antes de llegar, Naief me reconoció. Jamás me había visto, salvo en
fotos de redes. Me llamó por mi nombre, —Luis, que amable en venir.
Es un ser
luminoso, Naief: caballeroso, gentil, infinitamente amable. Vestía un traje impecable,
elegante. Me presentó a la mesa y conocí a Guillermo Fadanelli. Perfectamente
caracterizado de Fadanelli de aspecto decadente: una gorra con el logotipo Ford
—¿por qué usar una gorra con este emblema de la traidora empresa? Nomás por
fregar, pienso— una camisa desfajada con otro bordado automotriz, jeans y
tenis. (Sé lo que Fadanelli diría de mi observación, porque lo ha escrito: "Juzgar a un hombre por su vestimenta, vaya majadería (...) el mundo se incuba dentro de la cabeza" (Hotel DF, Mondadori, 2010 pp. 39)
Me presenté:
—Soy Luis Gallardo, mucho gusto. Soy escritor.
—Fadanelli me atajó. —Quien se presenta como escritor no es escritor. —¡Ouch!
El dedo en la llaga. Es que soy un tipo de escritor, pensé —Soy guionista,
escribo guiones de televisión, para la televisión que nadie ve, la televisión
cultural. —Ah, eres guionista — concluyó
Fadanelli. Ya no dijo más.
Naief me
dedicó mi libro, nos tomamos la selfie.
Me dijo que debía seguir nuestro diálogo en redes. ¡Qué tipazo Naief! Me
despedí. Subí a retomar mi lugar, muy contento y a esperar a Villoro. La
impaciencia tensaba un poco el ambiente. A las 7:30 que se supone debía
empezar, el salón estaba semi vacío. Lo que me sorprendió en realidad.
A las 8:00 ya no había dónde
sentarse. Ya se dificultaba caminar entre la gente. A esa hora la Señora Directora,
ante los contantes minutos de dilación e impaciencia decretó que se adelantara
el cóctel y le dieran bebidas a los presentes. Gran idea. Yo estaba junto a la
mesa de coctel y me apresuré a tomar una copa de vino blanco. Pocos minutos
después anunciaron que había llegado Villoro. La señora llamó a la asistente y
le preguntó que cómo se pronunciaba el nombre del autor. —Na-yef Ye-ya— como suena. Dijo la muchacha. La señora
practico un par de veces. —¿Así esta bien?— le preguntó a la asistente. —Si,
perfecto— dijo la muchacha. Me pregunte: ¿La señora sabría quién es Naief?
En todo este
preámbulo no podía dejar de pensar que aquello era en realidad San Ismael, zona
Polanco y que aquella señora encarnaba perfectamente a la Licenciada Lupita, la
Guadalupe Fritz-Romo de la novela. Entenderán cuando lean la novela de Naief.
Tomaron su
lugar. Villoro como siempre bien vestido, ropa de buena marca, buenos zapatos,
bien arreglado. La señora los presentó y dijo literalmente —Nayef Yeya. Tomó la palabra Naief brevemente, agradeció la
presencia de todos, señaló a su esposa que estaba frente a él sentada en
primera fila. Una mujer menuda, muy bella, de gafas y aura melancólica. Quizá
mujer de letras.
Luego Naief
presentó a Fadanelli como Willy, con
esa familiaridad y así uno de los próceres de las letras contemporáneas
mexicanas se transformó en Willy: un
guey con el que te tomas unas chelas. Gran sorpresa: ellos son amigos de
juventud y de larga historia. El primero en tomar la palabra fue Fadanelli. No
sabía que esperar de él. Para mi mejor amigo Fadanelli es simplemente el mejor
escritor de la actualidad. Sus letras son muy ácidas, densas, llenas de
ocurrencias, luminosas, de ritmo espeso, no muy fluido, pero divertidas. Yo no sé si sea el mejor escritor, pero indudablemente es de los más importantes. Su aspecto decadente,
muy acorde a su leyenda. Yo no lo conocía personalmente.
Entre lo primero que dijo
Fadanelli es que no se pronuncia “Na yef” sino “Neif”. ¡Ups! El rostro de la Señora: de antología. Pero ¡Qué difícil la pronunciación! Como Niarf Yahamadi, el personaje de la novela, "de
nombre impronunciable", diría más adelante Willy.
Resultó genial. Lo declaro el mejor presentador de libros de la historia. De
hecho debería presentar todos los libros que se presenten en México sin
excepción, del tema que sea. Es ameno, totalmente divertido, pero también
profundo. Se cuidó de no hacer spoiler
de la novela. Tras hacer un recuento de su relación con Naief, afirmó que era
la novela de un gran cuentista, una
novela de relatos. No es la primera vez que escucho esto, Cardoza y Aragón
escribió un tratado llamado Miguel Ángel
Asturias, casi novela en el que intentaba demostrar que la gran joya del escritor
guatemalteco, Hombres de Maíz —que
adoro— no es en realidad una novela, sino una suma de relatos. Pero ¿No es eso
también El Quijote novela de novelas?
En fin, hiló por ahí Fadanelli explicando la extraña estructura que tiene la
novela de Naief, que yo también había notado, y de pronto la calificó de posmoderna. ¡Yo había pensado eso
también!
Pero no me
ufano, el hecho de que Fadanelli y yo coincidamos sólo quiere decir que los dos
manejamos los mismos esquemas estereotipados sobre el estilo posmodernista y por
los geniales juegos metaficcionales de la novela.
En seguida
comparó el estilo de Naief con el de Jorge Ibargüengoitia e hizo una referencia
magistral al establecer esa identidad entre Cuévano y San Ismael. Celebró que
fuera una novela legible lo que ya es mucho decir en las letras mexicanas
actuales. Celebró el sentido del humor, la ironía y las lúcidas metáforas sobre
nuestra sociedad contemporánea. Lo dijo todo y realmente después de él había
poco que agregar. Un hombre de gran lucidez, inteligencia e imaginación,
simpático, nada que ver con su leyenda ni con su estampa. La mujer de Naief
estaba feliz cuando hablaba Willy o
al menos se veía muy divertida.
Tocó el turno
a Juan Villoro. Apenas necesita presentación: hijo de don Luis Villoro,
eminente filósofo y catedrático universitario cuyos textos de filosofía de la
religión deberían ser republicados y ampliamente difundidos (yo recomiendo la
compilación llamada Vislumbres de lo otro
en el que se puede leer ese profundo texto titulado “La Mezquita Azul” donde
don Luis reflexiona sobre la experiencia mística a partir de su propia experiencia frente a esta obra maestra de la arquitectura islámica, en Estambul. El relato inicial en el que describe su vívida
experiencia es una joya literaria, una pieza de arte
de gran fuerza lírica y espiritual). Yo utilizo estos textos en mis clases de
Historia del Arte —cuando las he impartido— y curiosamente este semestre que
estoy impartiendo un curso de Apreciación Artística he estado utilizando
textos de Juan Villoro: lo que escribió sobre el Oroxxo de Gabriel Orozco por ejemplo y
actualmente sus textos sobre el diamante Barragán. Juan es un magnífico articulista,
sus textos de prensa son siempre relevantes, incluso diría que indispensables. Profundiza: con su gran erudición y mucha creatividad alcanza el tuétano de los temas que
toca. Su literatura es muy parecida, aunque un tanto alambicada, culta, estilizada.
La
participación de Juan Villoro fue en cierto punto anticlimática, pues el amigo Willy ya había acabado con el cuadro. No
obstante Juan tenía muy bien preparada su presentación, que de hecho se puede
leer en parte publicada en el periódico Reforma un día después de la
presentación. http://bit.ly/2qlyMcj
Sin ningún
pudor Juan Villoro contó a todos los presentes la novela completa. Un Spoiler detallado de la historia básica
con comentarios lúcidos en cada parte. Si hubiera sido la presentación de una
película, los asistentes lo hubieran linchado, ya que en cine cae muy mal que
le vendan a uno la trama. Pero, por lo visto, el público literario es diferente.
Si bien Willy había hablado de Ibargüengoitia
para referirse a la novela, Villoro introdujo a Franz Kafka, con mucha razón. También
me gustó mucho cómo hizo notar la problemática del desarraigo, la profunda
sensación de no pertenecer a nada, cifrada en la novela.
Naief abrumado
por la crítica tan positiva de sus amigos, visiblemente afectado de modestia y
humildad, apenas pudo decir algunas palabras al final.
Vino la
inevitable ronda de preguntas del público, en la cual me di cuenta que la
mayoría de los presentes eran amigos y conocidos de Naief. Amigos de infancia,
amigos del barrio, amigos de la primaria, otros escritores, su editor, la esposa, etc., todo ello me dio risa
porque en su novela tiene este párrafo: “Nada más aborrecible que los
escritores que cada vez que tienen una lectura, conferencia o presentación en
público presionan a sus conocidos para que los vayan a oír, para que los acompañen en esa ocasión especial” (pp
91). No creo que Naief haya presionado a nadie pero no deja de ser simpático.
Hubo una gran ovación final, se
invitó al cóctel y yo un poco alérgico a las conglomeraciones y a la zalamería salí
velozmente a casa. Antes de avanzar con dificultad entre la multitud pude notar
una gran fila de personas en espera de comprar la novela de Naief. Los
presentadores cumplieron bien su objetivo y la hicieron muy deseable: Las cenizas y las cosas entre
Ibargüengoitia, Kafka, en estilo posmoderno, amena, divertida, bien escrita, y
sí. Definitivamente es una novela con muchos valores literarios.
Lo pasé tan
bien en esta presentación, fue tan divertida, tan llena de detalles
interesantes, que caminé hacia Reforma pensando en escribir este texto. Tomé mi
camión rumbo a la Villa de Guadalupe, ya
sentado, abrí mi ejemplar —placenteramente
subrayado— para leer la dedicatoria: “Para Luis con aprecio y amistad estas
páginas de cinismo y desconsuelo esperando más debates y conversaciones Naief
Yehya CDMX 26 de abril de 2016”
Conmovido,
sonreí placenteramente. La mayoría de los usuarios estaba en sus asientos observándome.
Al principio, yo traté de sonreírles buscando algún tipo de solidaridad. Pronto
entendí que no tenía caso.
Luis F. Gallardo León
01 de mayor de 2017
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